Montserrat y su agresor se conocieron en el Instituto de Ciencias Jurídicas de Puebla donde ambos fueron estudiantes aunque de distintas generaciones
Hace trece años Adriana Montserrat Francisco Gutiérrez, originaria de Teloloapan, Guerrero, llegó al estado de Puebla para estudiar la licenciatura en derecho y buscar oportunidades de crecimiento profesional y laboral.
Algunas oportunidades las encontró: antes de que terminara sus estudios de licenciatura en el Instituto de Ciencias Jurídicas de Puebla comenzó a trabajar en el Comité Directivo Estatal del PRI. Otras, las generó ella misma: en 2015 cofundó el Consejo de Estudiantes del Estado (CEDE), una organización que hizo un Protocolo contra la Violencia de Género en Universidades de Puebla y que en mayo de 2022 exigió justicia para Cecilia Monzón, la activista asesinada por Javier López Zavala, un político que pudo ser gobernador de Puebla.
Montserrat y Valentín se conocieron en el Instituto de Ciencias Jurídicas de Puebla donde ambos fueron estudiantes aunque de distintas generaciones. Sus caminos se separaron: ella egresó y él se mudó a estudiar derecho en la BUAP.
En agosto de 2021 Montserrat abrió el karaoke Emotions en el bulevar Valsequillo de la ciudad de Puebla y Valentín, junto con sus amigos y hermanos, se hizo cliente frecuente. «Ahí comenzó una muy bonita amistad: en todos lados estábamos juntos». Hasta que comenzaron una relación de noviazgo que se transformó en vida de pareja cuando por una operación ella requirió de cuidados y se mudó a la casa de Valentín donde pasaban temporadas alternadas con otras que vivían en la casa de Montserrat.
Valentín, de 27 años de edad, resultó ser un agresor que la alejó de su familia y de sus amigos, y la hizo vivir con miedo al alcohol, «ya que siempre que él bebía, había insultos y agresiones físicas, como jaloneos de cabello», dice Montserrat en entrevista telefónica.
El caso de Montserrat ocurre en Puebla, un estado donde en el primer trimestre de este año el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública registra alrededor de 3 mil 662 llamadas por violencia familiar al número 911, y 3 mil 46 por violencia de género.
Quienes me conocen, publicó Montserrat en sus redes sociales, «saben que soy una mujer fuerte y luchadora que defiende a otras mujeres. Sin embargo, dejé de defenderme a mí misma. Me daba pena y miedo hablar, pero sé que debo hacerlo porque se lo debo a todas las personas que me ayudaron a salir de la situación en la que estaba metida».
El 11 de febrero pasado Montserrat salió a divertirse con unas amigas y al volver a la casa que compartía con su agresor él «me insultó diciendo que parecía ‹puta› bailando como ‹pendeja› con mis amigas».
Montserrat le dio dos cachetadas y le exigió «no me llames puta». De lo que pasó después sólo recuerda «un fuerte golpe y estar levantándome del suelo con mucha sangre en mi rostro. Me había dado un puñetazo que me dejó inconsciente y fracturó mi nariz».
Vinieron entonces las amenazas. «Él me dijo que las cachetadas que me había dado eran porque yo lo había provocado. Me hizo sentir muy culpable y me amenazó diciéndome que si yo hablaba lo perjudicaría en el juicio que puso a su ex-pareja en su contra en la Ciudad de México también por violencia familiar».
Después de ese 11 de febrero ya no cesaron la violencia física y verbal, y la psicológica fue en aumento: si le reclamaba que la hubiera golpeado en la cara, él respondía que eso no hubiera pasado si ella no lo hubiera cacheteado; si le decía que lo cacheteó por decirle «puta» él se escudaba en que si ella no hubiera bailado de tal forma no la hubiera llamado así.
«Siempre me culpó. Me decía: tú tan empoderada, que estás contra la violencia, recurriste a la violencia con las cachetadas». Fue su red de apoyo, familiares, amigos y compañeros de trabajo, la que sostuvo a Montserrat para que presentara una denuncia penal contra su presunto agresor y para que difundiera el caso en redes sociales.
Afirma que «fue tanta mi pena de decir ‹he venido defendiendo a mujeres que les pasa esto que me está pasando›. Mi mente me jugó mal: pensé ‹la gente recurre a mí porque me ve empoderada, y yo iba a perder su confianza si decía que estaba viviendo una situación de las que yo ayudo a las personas a salir».
«Me sentía así y me costó muchísimo hacerlo público, en verdad mucho, mucho». Fue su red la que la convenció al decirle «si has luchado por otras personas ¿por qué no lo vas a hacer por ti? Pude entender que sí me había pasado y que, en efecto, no soy la primera ni la última mujer que pasa por esto, pero sí quiero ser la última víctima de Vale».
En la última semana de abril pasado Valentín intentó ahorcar a Montserrat y la amenazó diciéndole que «si denunciaba o le decía a alguien lo que pasaba, me mataría». En ese momento, agrega, «entendí que mi vida estaba en peligro, pedí ayuda y sin que él se diera cuenta me alejé de su casa con algunas de mis pertenencias».
También fueron sus amigos quienes alertaron a la familia de Montserrat sobre lo que ella estaba viviendo en Puebla. Al enterarse, Valentín «me dijo que se encargaría de que sus contactos en la Fiscalía General del Estado de Puebla dieran carpetazo a mi denuncia; además, dijo que le pondría un ‹cuatro› a mis amigos, y que nos íbamos a arrepentir por meternos con él.
El presunto agresor se escuda en que a pesar de que aún no concluye sus estudios de derecho tiene una amplia red de contactos en la Fiscalía General de Justicia de Puebla donde ha sido auxiliar de una Ministerio Público por alrededor de dos años «y claro que tiene conocidos ahí». Hasta este martes no habían salido las periciales del caso, todavía no obran en la carpeta.
Mi intención, agrega Montserrat, es judicializar la carpeta y seguir con mi procedimiento legal, porque «la única manera que tengo de seguir siendo Montserrat, la Monse de siempre, es alzar la voz y hacer por mí lo que he hecho por otras personas. Hago esto también para que cuando Valentín intente tocar a una mujer piense que conmigo hubo consecuencias y que habrá más consecuencias».
Montserrat sigue defendiendo a mujeres víctimas de violencia de género y familiar, y está decidida a defenderse a sí misma, porque «no quiero ser parte de la estadística de feminicidios y quiero vivir sin miedo. Quiero que se haga justicia y que nunca más una mujer sea víctima de Valentín N, porque no soy la única que lo ha denunciado por violencia: a su ex-pareja, con quien tiene una hija, también la violentó incluso delante de su mamá».
Agrega que «tengo miedo de que sus contactos en la fiscalía obstaculicen mi denuncia y de que él cumpla sus amenazas. Temo por mi vida y la de las personas que intentaron ayudarme y que él ve como enemigos; sin embargo, quiero sentirme tranquila y darle tranquilidad a la gente que estuvo y está conmigo, quiero que la Fiscalía se enfoque en investigar, que no sea omisa, que investigue. Quiero justicia y que quede el antecedente para que nunca más Valentín vuelva a violentar a una persona».
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