«México es el país de la inseguridad, que lejos de apoyar a su juventud, la reprime»: mamá de Lesvy Berlín, la encontrada muerta en la UNAM.
La respuesta fue masiva. Si las redes sociales habían mancillado su nombre y su memoria, si la juzgaron sin saber y sin conocerla, ellas que tampoco la conocieron pero sintieron la violencia con la que fue atacada como propia; tomaron las instalaciones de Ciudad Universitaria en repudio a un crimen que desde el miércoles 3 de mayo, cuando la encontraron, cimbra a la principal institución pública de educación del país.
«Su feminicidio fue callado durante más de doce horas por la Rectoría y cuando habló públicamente lo hizo para deslindarse, diciendo que ella no era de aquí», explicó una de las estudiantes de la Universidad Autónoma de México.
Lesvy Berlín Osorio tenía 22 años cuando fue asesinada. Su cuerpo fue abandonado en una caseta telefónica dentro del campus universitario. Las miles de mujeres que se convocaron al día siguiente para marchar reclamando justicia también son jóvenes como lo era ella; la mayoría son estudiantes y una buena parte también sabe, o intuye ahora con más fuerza, que si un día les pasa algo, si las matan o las violan, si las ataca un profesor o un compañero, será a ellas mismas a quienes culpen de su suerte, igual que la Procuraduría capitalina —encargada de investigar su caso— hizo con Lesvy.
«Era y es nuestra única hija. Ha sido un proceso muy fuerte para nosotros, en que sufrimos una serie de violaciones a nuestros derechos y a los de nuestra hija. Ella, como cualquier joven con derecho a decidir sobre su propia persona, tenía su vida y sus actividades de forma independiente de nosotros; vivía en unión libre con su pareja. Habíamos quedado en vernos esa tarde y me encuentro con esta noticia. Pero lejos de sentirme triste, me sentí más bien indignada», dijo su madre, Araceli, rodeada de mujeres que guardaron silencio para hacerle espacio, llegando al final de la movilización, parada en el alero de la torre de Rectoría de CU.
En una primera instancia, la investigación judicial barajó la tesis del suicidio, pero su madre dice que esa cortina de humo pudo disiparse gracias al estudio pericial que dictaminó que la causa de su muerte fue la asfixia por estrangulamiento. «Eso ya es un aporte a que no se cierre el caso», agregó la mamá. La otra parte del dolor que debieron superar de la versión oficial fue la imagen que crearon de su hija, con la facilidad con la que se manda un tuit.
«Me gusta verlas a ustedes guerreras como mi hija, porque lejos del estigma que crearon de mi niña, ella había estudiado aunque ahora hubiese decidido suspender sus clases, y no por falta de capacidad. Cursó idiomas: podía hablar con cierta habilidad inglés, francés, italiano, rumano, catalán. Ella quería salir de aquí, me decía: ‘voy a ser ciudadana del mundo, mamá, voy a ser patita de perro’. Pero viendo los mensajes que circulan en las redes, siento cómo estamos viviendo en este país, dónde no tiene voz mi hija, porque aquí no se tiene voz siendo mujer, pobre, indígena. Dónde falta la voz de la gente que ya no está con nosotros. Es el país de la inseguridad, un país anti-jóvenes, que lejos de apoyar a su juventud, la reprime. Desde hace tiempo que México está en el ojo del huracán y no sólo por los casos de feminicidio. No es correcto que las autoridades digan que México avanza porque llegan inversiones extranjeras. Aquí se reprime, se mata, se vive la violencia como algo cotidiano y eso asusta. Cuando todo se ve normal. Nos volvemos indiferentes».
Berlín, como le llamaban en realidad sus seres queridos, se divertía como cualquier otro chico, dice su madre, y no por eso se convierte en una alcohólica. Culpa a los medios por reproducir ese esquema, esa lógica criminalizadora que partió de instancias oficiales y ellos reprodujeron de manera acrítica y autómata. Dice su madre que por obvias razones no pudieron hacer una conferencia de prensa para desmentir esa versión en su momento, que los medios no respetaron el momento de mucho dolor que les tocó, pero que lo están haciendo ahora mismo. «Mi hija Berlín», empieza a decir su padre, un hombre de rasgos finos y una gorra clara cuando la multitud de mujeres se abre para que Araceli se pare frente a la multitud a hablarles de su hija, para que vuelva a tomar cuerpo, para decirles que no era una mesera alcohólica y cuida-perros, sino que trabajó en una cafetería y que ese perro era su adoración, ¿cómo se llama el perro?, se pregunta la madre a sí misma y baja la cabeza tratando de recordar. «Tío Maykol», le responde una chica parada a su lado.
«Mi hija es parte de la estudiantina femenil de la UNAM y estaba preparando su examen de ingreso. Estudió en el CCH Sur y decía: ‘no me gustan mis calificaciones porque sé que soy más inteligente’. Quería volver a su primera carrera y como soy trabajadora universitaria e integrante del sindicato, tenemos preferencia para que nuestros hijos entren a estudiar. Ella lo rechazó, no quiso apelar a eso. Me dijo: ‘esos son tus derechos, mamá, yo voy a hacer lo mío’. Estaba decidiendo entre dos carreras, o letras francesas o relaciones internacionales».
Lesvy Berlín pintaba, la publicaron en un libro en dónde envió sus textos, participó en concursos de cuentos de la UNAM, fue monitora en los cursos de verano de esa casa y a los 16 años empezó a trabajar. «Mi hija se preparó siempre; un alcohólico o drogadicto como dijeron que era, no tiene esas capacidades», retrucó su madre.
Que vivía cerca y que en Ciudad Universitaria acostumbraba pasear a su perro, al que había adoptado y era su adoración. Que la muerte la encontró en un lugar familiar, como sucede con el grueso de los casos de feminicidio. Es el ámbito cercano, la pareja, un amigo, un compañero, un profesor el que te ataca.
El rector de la UNAM, Enrique Graue, se comunicó con la familia de la joven a quien había acusado de no pertenecer a esa casa de estudios para decirles que había recapacitado y que se rectificaría por escrito. No sólo Lesvy Berlín era estudiante, sino que para ella, CU era un lugar familiar. Su madre, a su vez, es funcionaria de la propia Universidad.
«UNAM Feminicida»
«Sabemos que hay treinta mil denuncias por acoso sexual y laboral sin resolver en el Tribunal Universitario. La violencia contra las mujeres dentro de la UNAM también es algo cotidiano», indica Diana, estudiante de la Escuela Nacional de Trabajo Social. «Pero más que ocuparse de resolver esos casos, el Tribunal se ha dedicado a buscar la manera de expulsar a los estudiantes organizados».
Diana explica que las campañas que se han montado desde la dirección de la Universidad para combatir la violencia machista, como el «Protocolo de Atención de Casos de Violencia de Género» y la campaña «He for she», de la ONU, a la que la UNAM se adhirió y que pretende la igualdad de oportunidades, no se ajustan a los problemas que se viven.
«En los casos en que se ha denunciado acoso, ellos han ocultado información como en el caso de otra estudiante, Adriana Morlett, en 2010». También tenía 22 años cuando fue asesinada y su caso sigue impune. «El Protocolo de actuación de género no ha servido más que para seguir victimizando a las mujeres. Por ejemplo, cambiaron las puertas de los baños de Ciencias Políticas, dónde se han denunciado muchas situaciones de abuso, pero las que pusieron van de piso a techo. Estás enclaustrada ahí, es más difícil salir si te pasa algo, pero le pusieron unos botones de emergencia del lado derecho. La violencia hacia las mujeres dentro de la UNAM es algo común, pero nosotros creemos que no se trata de credencializar a todos los estudiantes o de poner más cámaras. Más vigilancia no es la solución».
El cuerpo de Lesvy Berlín fue hallado en una caseta telefónica que está junto al Edificio número 4 del Instituto de Ingeniería Raúl J. Marsal Córdova. En ambas esquinas del frente del edificio hay cámaras de vigilancia. Una apunta directamente a la caseta telefónica dónde fue hallado su cuerpo. Esa fue la primera parada de la movilización por Ciudad Universitaria. Un poquito antes, mientras las mujeres dominaban el trayecto, se habían detenido ante otro Instituto e hicieron correr la voz del motivo: «Acá hay un violador». Esa fue la tónica de la marcha de mujeres que desató el agravio cometido contra Lesvy Berlín: que ser estudiante o ser profesor no te salva de ser acosador. Para las estudiantes, hay al menos dos casos ampliamente identificados dentro de la plantilla de docentes: el de Marcelo Perelló y el de Seymur Espinoza.
El primero se hizo tristemente célebre tras sus declaraciones por el caso conocido como «Los Porkys», en que un grupo de hijos de magnates de Veracruz atacaron sexualmente a una jovencita que era su amiga. Perelló dijo en su programa de Radio UNAM que eso le había pasado a la niña porque estaba «muy buena y era metible», y minimizó el hecho declarando que «sin verga no hay violación».
El programa «Sentido Contrario» que conducía el viejo Perelló fue levantado del aire, pero hay distintas campañas que buscan su expulsión también de la docencia. A comienzos de abril, las chicas de la UNAM entregaron más de once mil firmas exigiendo su destitución en la Unidad para la Atención y Seguimiento de Denuncias de la Universidad.
«Sigue siendo docente de la Facultad de Ciencias, en las asignaturas Filosofía de la Ciencia I y II. Después de lo ocurrido en la radio le aconsejaron que se fuera un tiempo, que bajara el perfil; pero ahí está. Nosotros lo sabemos y no lo queremos. Estamos juntando firmas para su destitución inmediata. Es el respaldo institucional el que lo mantiene, las estudiantes no lo queremos», dice Iris, que es de nuevo ingreso en el Colegio de Teatro. Tiene 19 años y está cansada. Tiene en la cara los restos del blanco de la pintura que usaron para las performance durante la marcha en reclamo de justicia para Lesvy Berlín. Es muy agotador, dice, estar representando una violación. «Hay mucho acoso en la UNAM y en teatro más, porque así funciona con las actrices. Y pueden hacerlo porque no hay comunidad entre los estudiantes. Es muy difícil poder denunciar porque no se sabe bien a quién dirigirse. Muchas veces quedas sola y te da miedo. Falta mucha información sobre cómo protegerse, pero creo que esta marcha es importante para que no se pase por alto este feminicidio; mínimo entre el movimiento estudiantil».
La marcha circuló por el campus universitario durante casi tres horas; se detuvo a hacer una mínima ceremonia en la caseta telefónica —que a pesar de ser el escenario del crimen no tenía vallas, ni resguardos, ni nada— dónde leyeron algunos poemas y dejaron las velas y flores que traían. Luego continuó hasta la torre de la Rectoría, dónde la tensión aumentó pero no reventó ningún vidrio. Ahí «escracharon» —técnica de denuncia popular inventada por la organización HIJOS contra los militares torturadores argentinos— al segundo docente considerado como abusador: Seymur Espinoza.
Eran varias las chicas que traían carteles denunciándolo, en los que posa sonriente como en una foto de perfil o de currículum. Las estudiantes de la UNAM no han parado de denunciarlo desde hace buen tiempo. La revista digital Laquearde.org publicó cómo el 27 de abril pasado, un grupo de mujeres irrumpió el su aula de la Academia de Filosofía al grito de «Fuera Seymur por acosador».
La marcha terminó mientras una parte de las presentes se volcó a cortar la calle Insurgentes y un grupo dejó estampado en el piso frente a la Rectoría la frase «UNAM Feminicida». La denuncia que hacen las mujeres jóvenes de la comunidad universitaria es que hace tiempo que ese dejó de ser un lugar protegido, porque quienes las atacan están dentro de la Academia.
https://www.vice.com/es_mx/article/lesvy-berlin-si-era-estudiante-la-marcha-contra-el-acoso-y-la-violencia-de-genero-en-la-unam