Desde hace más o menos un año, Con peras y manzanas ha tenido la oportunidad de ocupar un espacio aquí en Sopitas, uno de los 25 sitios más visitados en todo México. Hemos intentado explicar distintas cosas, desde de qué se acusa a Javier Duarte hasta la guerra en Siria. Entre tantos textos ha habido varios sobre lo que sucede en la política y en el país, como los desastres de Mancera y Monreal hasta el lucro del gobierno federal con el temblor en Oaxaca y Chiapas hace unas semanas.
Por eso, por tratarse de una sección de temas importantes, es que hoy tenemos que hablar del feminicidio de Mara Castilla. Es imposible no tratar otra cosa esta semana. Hay que aprovechar esta plataforma para hablar de varias cosas que nos tienen que entrar a la cabeza a los hombres, y que tenemos que entender a la de ya.
A Mara Castilla la mató un chofer de transporte privado, de Cabify, para ser exactos. A las horas de que se confirmó su feminicidio (e incluso desde antes, cuando empezó #MiPrimerAcoso o todavía más atrás, cuando las agresiones de hombres contra mujeres comenzaron a visibilizarse en redes), aparecieron los hombres.
Los que argumentaron que no hay que satanizarnos a todos. Los que le echan la culpa a Mara Castilla por salir de noche o por no hacer una extensa revisión del chofer que la iba a llevar. O hasta los que se quisieron parar en primera fila y volverse protagonistas en la marcha para protestar su muerte.
Salieron, pues, los hombres, a tratar de apropiarse del espacio. A hacer algo que no era suyo exclusivo de ellos. A perpetuar lo que conocen: la sociedad que les responde y los beneficia sólo por eso, por ser hombres.
Y pues por eso está, de la chingada. En un país en el que hay miles de feminicidios, la gran mayoría de ellos sin resolver, no debemos apropiarnos de nada. Más que de la responsabilidad que nos corresponde.
Y no debería ser difícil de entender.
A ver, a Mara no la mataron por puta. Tampoco la mataron por salir de noche y tomar. Todos, todos, tenemos derecho a tener una vida libre. De hacer lo que queramos mientras no afectemos a los demás. Tenemos derecho a la libertad. Nadie diría lo mismo de un hombre, ¿o sí? ¿Que lo mataron porque traía la camisa demasiado desabotonada? ¿O que lo mataron porque se tomó una cuba de más en el antro? No.
Nosotros no sabemos qué es sentir ese miedo. Como hombres, jamás hemos tenido que preocuparnos por cómo va a reaccionar alguien ante cómo nos vestimos. No hemos tenido que buscar entre nuestra ropa algo que nos proteja porque no sea que alguien nos vaya a gritar algo en la calle. No hemos tenido que meternos a un vagón especial en el metro porque alguien nos está tocando porque puede. No hemos tenido que preocuparnos al voltear en la calle y ver a una mujer detrás.
Una mujer, en cambio, no puede decir lo mismo. Al ver a un hombre no puede saber quién es y de qué es capaz. Sí, como a Mara, la matará con saña.
Sí, también matan hombres. Pero son hombres los que los matan. No es una competencia de ah, nosotros también somos asesinados. Los feminicidios existen dentro de un contexto amplio de violencia, sin duda. Pero a nosotros nunca nos han querido matar por nuestro género. No somos vulnerables por ser hombres. No nos matan por ser hombres. A las mujeres sí. A ellas las matan por su género. El punto hoy no es la violencia en general. El punto es la violencia contra las mujeres. Y eso tampoco lo entendemos.
A Mara la mató un hombre que sabía que no habría consecuencias. El chofer de Cabify la llevó a un motel, la violó, la estranguló y luego dejó su cuerpo envuelto en una sábana. Así de gráfico, y así de tranquilo. En las cámaras de seguridad que grabaron su paso por la ciudad, se ve a alguien que se sienta y toma una decisión. Que pasa a una tienda de conveniencia con toda tranquilidad después de presuntamente drogar a su víctima. Que entra a un motel, se baja del coche, paga y se vuelve a subir con calma. Es alguien que sabe que puede hacer lo que está haciendo porque la sociedad lo deja. Es alguien que sabe que puede utilizar a una mujer, que puede hacer con ella lo que quiera, porque no hay consecuencias.
En el caso de Mara Castilla sí se detuvo al sospechoso. Pero fue días después, y tras una presión social muy fuerte sobre el gobierno de Puebla. En la mayoría de los tantos casos eso no sucede porque son demasiados. Y, aun así, la empresa que contrató al chofer se deslindó de toda responsabilidad, después de promocionarse como una App segura para viajar.
No, no se trata de nosotros. Ayer en la marcha, un hombre intentó meterse en un contingente exclusivo de mujeres. Las mujeres lo echaron. Se hizo todo un escándalo mediático, que si feminazis, que si intolerantes, que ya ven, sólo dividen. Al hombre en cuestión se le explicó que el contingente era sólo de mujeres. Él dijo que iba a apoyar y a cubrir. Ésa podrá haber sido su intención, pero debió de haber respetado el espacio. No se trata de él, ni de nosotros los hombres. No somos el foco de atención. Siempre lo somos. Siempre. Pero no en este caso. La violencia no es contra nosotros. Es contra ellas. Y peor, somos nosotros los responsables.
No se trata de nosotros. Dejemos de intentar que la discusión sea nosotros, nosotros, nosotros. Es ellas, ellas, ellas.
Por primera –y no última– vez hay que dejar de pensar que el mundo gira a nuestra alrededor. En México están matando a las mujeres por ser mujeres. Y somos nosotros los que lo estamos haciendo. Con un discurso que normaliza la violencia. Con gritarles cosas en la calle. Por decirles feminazis. Por no entender que no es no. Por estar convencidos de que sus vidas son desechables.
Ya. Suficiente. Es momento de que esto termine.