“Me lleno de rencor y me niego a aceptar que no va a regresar. Lo único que busco es justicia, pero parece que en México no existe”.
La última vez que Imelda vio con vida a su hija, Dalia Orozco, fue el pasado 13 de febrero, cuando salió de regreso a Durango, donde radicaba. Ahora Imelda vive con dolor y asegura que el sufrimiento es eterno porque alguien asesinó a su hija.
El 15 de febrero, Imelda recibió la llamada de una amiga de Dalia. Nadie sabía de la joven desde el 14 de febrero. “Seguro le pasó algo”, le dijeron. Imelda viajó de inmediato de Coahuila a Durango, donde la recibieron sus nietas. Muy en el fondo sabía que su hija no estaba bien, cuenta. “Ella no habría dejado solas a sus pequeñas, las cuidaba mucho, siempre fue buena madre”.
Imelda esperaba verla entrar a la casa, creía que seguro andaba por ahí. “Sentía que me volvía loca”, cuenta Imelda. A la 1:40 AM del 16 de febrero le notificaron que habían encontrado el cuerpo de Dalia. La madre se trasladó a la capital del estado y fue recibida por el Ministerio Público a las 6 AM, por quien fue cuestionada:
—¿Su hija tiene tatuajes?
—Sí. Tiene una flor de loto en el pecho y otro en la pierna.
—Sí es su hija. En cuanto terminen la necropsia se la entregamos.
El Ministerio Público le recomendó a Imelda no entrar a reconocer a su hija porque había muchos cuerpos, y le pidió que esperara hasta que se la pudiera llevar. Nunca la vio para identificarla. “Sólo vi unas fotos que me mostraron”, cuenta. Durante el traslado a Coahuila, Imelda levantó la tapa de la caja y vio el rostro golpeado de su hija.
El cuerpo de Dalia fue encontrado durante la noche del 15 de febrero. Tenía heridas por arma de fuego y fue abandonada bajo un puente cerca de la comunidad conocida como El Casco, en Durango, al norte de México. Hasta ahora, Imelda desconoce qué fue lo que sucedió, sólo sabe que su hija sufrió mucho y que el principal sospechoso es su antigua pareja sentimental.
La joven conoció a Cayetano en diciembre de 2017 e iniciaron una relación amorosa. A Imelda no le agradaba el sujeto. Su instinto de madre le hizo saber que no era buen hombre para su hija, cuenta. “Nunca me hizo caso”. La última vez que vio a Dalia, le aseguró que ya iba a dejar a Cayetano. “La asesinaron, me quitaron la tranquilidad y ahora me convertí en madre de mis nietas”, confiesa.
Hasta hace unas semanas, Imelda no había recibido atención de ninguna autoridad. Después de algunas llamadas, la Comisión de Atención a Víctimas de las Delegaciones en Durango y Coahuila se pusieron en contacto y recientemente recibió ayuda.
Hace unos días Imelda me llamó por teléfono, ya entrada la noche, para contarme lo que piensa. “Me lleno de rencor, de rabia y me niego a aceptar que no va a regresar”, me cuenta, pero también sabe que su hija no volverá. “Era una buena mujer, buena madre y buen ser humano. Lo único que busco es justicia, pero parece que en este país no existe”. Hasta el momento no hay ningún detenido y Cayetano, el principal sospechoso, se encuentra prófugo.
Al colgar el teléfono siento el dolor y la impotencia de Imelda al saber que jamás la volverá a ver. Pasa las noches en vela y se mantiene viva porque sus nietas la necesitan. Camina, respira y vive porque así debe ser. Imelda se ahoga en la indiferencia social. Ante candidatos que ahora las usan como banderas políticas para prometer que acabarán con el feminicidio, pero ninguno de esos personajes que pretenden gobernar este país conocen una noche sin una de sus hijas.
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