Home Noviazgo “Tu deber es ayudarme, vas a ser sexoservidora”

“Tu deber es ayudarme, vas a ser sexoservidora”

by adminj85jshgn 23 agosto, 2018 0 comment

Durante casi un mes, Neli fue esclavizada en La Merced y obligada a sostener relaciones sexuales con casi mil hombres.

«Mi economía bajó. Para ayudarme, tienes que trabajar de sexoservidora en la Ciudad de México, es tu deber». Aterrada, Neli escuchó las palabras de su pareja. No pudo evitar hacerlo. Lo había dejado todo días antes para estar con Álex.

Durante casi un mes, él la esclavizó en La Merced y la obligó a sostener relaciones sexuales con casi mil hombres.

Seis años después del operativo que la rescató, la joven cuenta cómo fue seducida por un tratante en México y Estados Unidos que prostituía a las mujeres que enamoraba.

El Bora blanco se estacionó frente a la casa en el poblado de Tres Valles, Veracruz. Nerviosa, impresionada porque Álex, el conductor, cumplía su promesa, Neli Delgado estrujó sus manos y corrió a recibir al hombre que había conocido apenas unos días antes en un parque.

—Hola, estás aquí —dijo ella, aún asombrada.

—Quiero algo bien contigo, ya lo sabes —reiteró él con su habitual aire de galán.

Neli sonrió la noche de ese sábado acalorado de marzo de 2010, pero el interés de Álex la confundía: estaba ahí, dispuesto a conocer a su familia, y no había pasado un mes desde su primer encuentro en Cuitláhuac, el municipio veracruzano donde ella estudiaba la universidad.

Cuatro semanas antes, Neli, una joven guapa de piel morena y cabellera encrespada, almorzaba en el parque, intentaba aplacar el calor con un jugo frío, cuando vio que un hombre moreno, alto, delgado, narizón y con un largo fleco se acercaba.

—¿Qué haces?

—Es mi horario de comida —respondió ella con timidez.

—¿A poco trabajas?

—Estudio y trabajo.

Álex la felicitó por la doble actividad. Se presentó y resumió su vida: 25 años, originario de Querétaro, vivía en Puebla y había pasado un tiempo en Estados Unidos. Se dedicaba a la construcción en una empresa de arquitectura. Como parecía una persona amable, caballerosa, Neli se animó a contar un poco sobre ella: 19 años cumplidos el septiembre pasado, estudiante de Turismo, trabajaba en una tienda de zapatos cercana al parque, oriunda de Tres Valles, un pueblo a dos horas de camino que visitaba cada dos semanas.

Antes de regresar a su trabajo, Álex le pidió su número de teléfono. La joven accedió pero le advirtió que quizá no podría responder porque rara vez tenía crédito.

No mentía. Atravesaba por una situación económica complicada. Su papá había muerto el año anterior, un mes antes de que ella concluyera la preparatoria, y el poco dinero que dejó se había agotado. La familia materna le ayudaba, al principio, después se olvidaron de ella. El sueldo de 500 pesos semanales apenas alcanzaba para la renta de un departamento compartido. La base de su alimentación eran las pequeñas manzanas que abundan en la región.

Vestido con un pantalón de mezclilla negro y una playera clara que lo hacían lucir más delgado de lo que era, Álex le extendió un billete de 100 pesos. «Para que recargues tu teléfono», dijo sonriendo. Neli rechazó el dinero. «Hazlo tú, si quieres. Yo no te voy a recibir un peso». Al poco rato, Álex la llamó para verificar si la recarga había sido exitosa.

Desde ese momento, Neli comenzó a recibir mensajes todos los días: «¿Cómo estás? Me gustas mucho», «Me encantaría tener una relación contigo. ¿Quieres ser mi novia?». Era muy poco tiempo para hablar de noviazgo, pensaba ella, pero no podía evitar emocionarse: «Trabaja, es de otro lugar, se ve bien», pensaba. En los encuentros, Álex presumía sus constantes viajes al extranjero, hablaba de las personas importantes que frecuentaba. Físicamente a Neli no le gustaba mucho, pero le caía muy bien. Además, Álex sabía cómo tratarla. Se sentía cómoda a su lado y, sin darse cuenta, comenzó a enamorarse.

Animada por la mensajería constante de esa nueva persona en su vida, Neli le advirtió que si quería algo bien con ella tenía que hablar con su tía. Él aceptó y cumplió. Al siguiente sábado estaba sonriente en la casa en Tres Valles, con ese usual comportamiento de Don Juan.

SÍ ME QUIERE

Aunque solía desconfiar de los hombres, América, la tía de Neli, trató con amabilidad al pretendiente de su sobrina. Parecía una persona de fiar. Álex se autoelogió en todo momento: además de constructor, rentaba siete departamentos en Puebla y mantenía al hijo de su hermana. Tenía casa, coche y un futuro brillante.

«Se hizo pasar por una persona honorable, de bien», cuenta hoy Neli, como poniendo en duda que aquella escena de su vida haya ocurrido en realidad.

Neli es ya una mujer de 25 años. Tiene ojos cafés grandes y expresivos, y una voz con cierto tono infantil. Cuenta su historia sentada en una banca del Parque México, en la colonia Condesa, en la Ciudad de México, con voz apresurada, como para que no la aflijan los detalles de su historia.

Cuando Álex visitó a su tía para mostrar sus buenas intenciones, cuenta, ella ya le había compartido pasajes de su vida. Que nació en Sabaneta Vieja, un rancho de no más de seis casas habitado por la familia de su papá, dedicada a la producción de caña de azúcar y maíz. Siendo niña, tenía que caminar 30 minutos diarios hasta la primaria de Sabaneta Chica, otro pueblo con más habitantes. Ya en la preparatoria, además de la media hora de rigor, abordaba el camión con dirección a la cabecera municipal de Tres Valles.

Blas, el papá de Neli, fue un hombre estricto y violento. La golpeaba a ella, a su esposa María del Carmen y a su hijo sin importar el motivo, sobre todo los fines de semana, después de beber cervezas con sus amigos. Ella aborrecía la faceta violenta de su padre. Blas Delgado seguido le recordaba a Neli que la herencia familiar, mucha o poca, iba a ser para su hermano. Más valía que se olvidara de tener novio y se dedicara a la escuela, él se haría cargo de sus estudios.

Cuando Blas murió, la familia se desintegró. La mamá se llevó a su hijo a casa de sus papás, en Tres Valles. Con respecto a Neli, Blas dejó instrucciones claras. Debía irse al mismo poblado, pero con una tía materna que no tenía hijos.

Al poco tiempo, Neli se mudó a un cuarto en Cuitláhuac para estudiar en la Universidad Tecnológica del Centro de Veracruz. Las carencias y complicaciones comenzaron de inmediato. Su familia sólo la auxiliaba con algo de comida cuando visitaba el pueblo. Ella buscó ayuda con su hermano. Obtuvo un «pélatelas como puedas» como única respuesta. Entonces encontró trabajo en la tienda de zapatos y se mudó a casa de una amiga. No le alcanzaba para pagar la renta. En las mañanas iba al trabajo, en las tardes, cansada, corría a la escuela. Ella y su compañera se cambiaron a un departamento: compartían gastos, pero los 500 pesos semanales apenas rendían. Comía muy poco. Desayunaba café con leche y alguna pieza de pan. Luego, las manzanas. Comer un pambazo era un lujo. Pese a todo, destacaba en la escuela.

Neli sabía que en Cuitláhuac jamás encontraría un buen trabajo. El plan era terminar sus estudios y mudarse a otra ciudad. Pero cuando hurgaba en su bolsa, veía que le restaban 10 pesos y aún faltaban dos días para cobrar, aquello parecía un sueño. Álex apareció en el parque durante ese momento de su vida.

En nuestro encuentro, Neli cuenta que estaba satisfecha con la visita de Álex a casa de su tía, pero no esperaba la propuesta que le hizo más tarde.

—Ya cumplí, te dije que voy en serio. Ahora, quiero que te vayas a vivir conmigo —dijo.

La joven no aceptó. Estudiaba, no podía dejarlo todo. Aunque Álex insistió, ella propuso seguir saliendo, nada más.

—¿¡Para esto me hiciste venir desde Puebla!? —gritó él ante la negativa—. Me voy. Otro día te veo.

Luego de marcharse, Álex se hospedó en Tierra Blanca, un pueblo cercano a Tres Valles. Al otro día, Neli no dejaba de culparse por el enojo de su novio. Llegó un mensaje de texto: «Quédate con tu escuela y tu trabajo, a ver si te dan amor y felicidad». «Me rompió el corazón», cuenta hoy. «Ya debía comenzar prácticas profesionales, no sabía cómo le iba a hacer. Sentía mucha presión en la escuela, en el trabajo y de mi familia: mis abuelas y mis tías decían a mi mamá que yo no iba a terminar la carrera, que me iba a casar y a tener un montón de hijos».

Álex escribió un nuevo mensaje al poco tiempo: «Vamos a vernos para terminar bien». Al siguiente sábado, después del trabajo, Neli se dirigió a Córdoba, Veracruz. Álex la esperaba sentado en la banca de un parque. Cuando la vio, la abrazó fuerte. «Estás muy bonita», reiteró una y otra vez. La charla sobre un futuro juntos, liderada por el hombre, se extendió. Ante la sorpresa de la joven, él comenzó a llorar: «No puedo continuar así porque no quieres juntarte conmigo. He tenido muchas novias, pero no aceptan algo bien», afirmó.

Neli pensó: «Sí necesita una pareja, sí me quiere». La convencieron las siguientes palabras: «Conmigo vas a estar bien, no te va a hacer falta nada. Puedes seguir estudiando, yo te voy a dar esa oportunidad». Concluir los estudios era su propósito. Enamorada y con complicaciones económicas, le propuso: «Vámonos a Puebla y depende de cómo me trates. De preferencia, quiero regresarme pronto».

Llegaron a la ciudad un par de horas después, cuando ya oscurecía. Aquella noche de principios de mayo, Álex le compró calzado y la llevó a cenar. Pasearon por el centro de la ciudad. «¿Sí te vas a regresar? No lo hagas, quédate conmigo», insistía él. Más tarde se estacionaron frente a una casa lujosa y enorme. «Aquí vivo, pero no podemos quedarnos aquí porque se la presté a un amigo y su esposa, no quiero hacer mal tercio». El automóvil blanco avanzó y circuló varias calles. Neli no tenía idea de dónde estaba, pero se sentía feliz.

Minutos después llegaron a un edificio e ingresaron al cuarto del sótano. «Pertenece a mi jefe, es la bodega donde guardamos material», argumentó Estaban en la colonia Santa Úrsula, en la zona norte de la ciudad, cercanos al estadio Cuauhtémoc. Esas serían las únicas referencias de Neli sobre su ubicación.

En el lugar había una cama, una estufa, un baño pequeño, ropa interior femenina, documentos, anillos y chips de teléfono. Álex le explicó que años antes había sido pollero y que eran pertenencias de migrantes de América Central. Neli se extrañó, pero prefirió no discutir.

VAS A SER SEXOSERVIDORA

Durante los primeros días, Álex se comportó amoroso y amable, como al principio. A veces se ausentaba por más de 24 horas. Siempre cargaba una maleta con ropa y le pedía a Neli que no hablara con los vecinos. «No estaba conmigo por motivos de trabajo, decía. Yo le creía todo», dice Neli.

La veracruzana pensaba que era pronto para hablar sobre retomar sus estudios. Su mayor preocupación era saber cuándo se iban a casar. «En noviembre de este año», respondía él. Un par de semanas después de vivir juntos, Álex abordó un tema inesperado.

—La esposa de mi amigo trabaja en Tijuana como sexoservidora, le va súper bien.

—¿Eh?

—Otra amiga vivía en extrema pobreza en Guanajuato y yo le sugerí trabajar como sexoservidora. Me hizo caso y al poco tiempo ya tenía una casa enorme, una camioneta, su hijo va a una escuela privada.

—No entiendo.

—Sólo te estoy contando.

El hombre cambió de tema. Neli ignoró el par de comentarios, pero al otro día comprendió de qué se trataba cuando Álex fue al grano:

—Neli, necesito hablar contigo. Mi economía bajó. Tienes que trabajar de sexoservidora en la Ciudad de México para ayudarme, es tu deber.

Enojada y confundida, Neli se negó. Al otro día, Álex llegó ebrio, molesto porque no había aceptado su propuesta. «Le dije que tenía una carrera técnica en alimentos, que podía trabajar en otra cosa. Me empujó».

—Ahí no vas a ganar tanto como acá, te van a pagar 6 mil pesos al mes, no podemos vivir de eso —respondió Álex molesto.

Neli volvió a decir no y él, durante los siguientes días, le recordó su situación familiar: «Tu papá murió. No tienes a dónde regresar. Tu familia no te quiere, no te buscan». Pensó en escapar pero no tenía dinero, un lugar al cual ir. «Parece que no hay opciones», pensaba la mujer pero aún se negaba. Él enfurecía.

Unos días después, ella le preguntó que, en caso de aceptar, cuánto tiempo estaría en la Ciudad de México . «Muy poco, nomás en lo que me repongo», respondió él. «Si no acepto, va a abandonarme, ¿qué hago?», se torturaba Neli.

Otro día le presentó a la esposa del amigo que ocupaba su supuesta casa: Lucero. Álex llevó a ambas al doctor. A Neli le pareció extraña la situación y sobre todo el comportamiento de Álex, quien se rehusó a darle un beso frente a Lucero. Se justificó: dijo que le daba pena besarla delante de la pareja de ese amigo que Neli nunca conoció.

La oferta de prostituirse y la violencia psicológica continuaron. «No tienes a nadie, Neli. Soy tu esposo, es tu deber ayudarme», insistía Álex todo el tiempo. «Aseguraba que nomás serían unos días», recuerda la joven. «El plan era construir un motel y taquerías. Yo pensé que era cierto y accedí». Al otro día, Álex pasó por Neli, lo acompañaba Lucero.

Llevó a ambas a la terminal de autobuses a finales de junio. Compró los boletos y se despidió de ellas. Neli se asombró cuando descubrió que él no iba a llevarla a la Ciudad de México. Pero no dijo nada. Antes de irse, Álex le entregó una buena cantidad de ropa: blusas escotadas y pantalones ajustados que habían pertenecido a otras mujeres. Neli seguía pensando que aquellas prendas eran propiedad de las supuestas migrantes centroamericanas.

En el autobús, Lucero le explicó en qué consistía el trabajo: se iba a parar con ella frente a un hotel, cobraría 200 pesos por el servicio y guardaría el dinero para Álex. Debía cambiarse el nombre —Neli optó por Nayeli— y no guardar en el teléfono los nombres reales de las personas que conocería en ese nuevo círculo. Neli escuchaba y asentía. No se atrevió a decir ni una palabra.

Llegaron a la Ciudad de México, abordaron el metro y bajaron en la estación Merced. Caminaron una calle y llegaron al hotel Necaxa. Lucero se hospedaba en la habitación 206. Se arreglaron y enfilaron rumbo al hotel Las Cruces, en la calle del mismo nombre. Era la zona de Lucero. Neli vio la larga fila de sexoservidoras, con diminuta ropa y semblante serio. «¿Qué estoy haciendo aquí? ¿De verdad voy a hacer esto? ¿A dónde voy?». En su cabeza no había respuesta a ninguna de las preguntas. «Nunca había visto algo así. No conocía la Ciudad de México, todo era nuevo», recuerda ahora.

La recepcionista le preguntó su año de nacimiento. Neli mostró su identificación. «En este lugar no aceptamos chicas del 90 ni del 91». Lucero insistió un buen rato pero no logró convencer a la mujer. Minutos después llamó a Carolina, otra sexoservidora que trabajaba en el callejón de Santo Tomás.

Conocido como «la pasarela», Santo Tomás ha sido por años escenario de la esclavitud sexual en plena centro de la Ciudad de México. Todos los días, decenas de mujeres son obligadas a «desfilar» en círculo por más de 12 horas para que la clientela masculina en busca de sexo pueda escoger.

Neli se enteraría de eso meses después. Mientras tanto, no tenía idea de qué ocurría. Escuchaba las palabras de Carolina, quien explicaba que ahí era más barato: 150 pesos, 50 para pagar el lugar —las relaciones sexuales se realizan en cuarterías— y 100 para la sexoservidora. «Todo el dinero lo guardas para Álex», dijo ella también. Neli cargaba en una bolsa una blusa, un pantalón y unas zapatillas. Entró a la cuartería a cambiarse pero se resistía a hacerlo.

«Una de las chavas me preguntó si tenía experiencia», recuerda. «Para que no me llamaran la atención por no saber, Álex me indicó que si me preguntaban eso debía decir que había trabajado en Tijuana. La mujer me dijo que me apurara a cambiarme, que qué esperaba».

Segundos después de salir al callejón, un hombre le preguntó cuánto cobraba. «Fue horrible. Se me escurrieron las lágrimas. Aún no podía creer que estuviera ahí», cuenta Neli en el parque. Prefiere no entrar en detalles. A ella y a las otras jóvenes recién llegadas las colocaban en la entrada del establecimiento. Decenas de hombres se acercaban. Ese primer día se acostó con al menos unos 40. Juntó poco más de 5 mil pesos.

El número de clientes no disminuyó durante los casi 30 días que Neli fue explotada sexualmente. Ella sola generó unos 140 mil pesos al ser obligada a prostituirse con aproximadamente un millar de hombres.

ALEJADA DE LA REALIDAD

La psicóloga Patricia Prado Hernández afirma que las autoridades mexicanas no hablan de la gravedad del tema de la trata de personas en el país y que han relegado el problema.

Prado es experta en el tema y es presidenta-fundadora de Camino a Casa, el primer refugio de alta seguridad en México que alberga a niñas y mujeres jóvenes víctimas de explotación sexual. Les brinda atención médica y psicológica. «El gobierno evade la situación», expone, «pese a que la trata es definida como el segundo o tercer negocio ilícito que más ganancias da en el país. Un buen número de feminicidios están conectados con el problema. Muchos migrantes desaparecidos cayeron en explotación sexual o laboral».

«Una de las modalidades de la trata es la explotación sexual y las niñas y mujeres son las más afectadas. De cada diez víctimas, dos son niños o jóvenes y las ocho restantes son mujeres o niñas. La trata ha crecido entre ellos también. De esto se habla aún menos», cuenta Prado.

—¿Han albergado a niños o jóvenes?—, pregunto.

—A un joven, muy al principio. Nos dimos cuenta de que era un problema difícil. Nos enfocamos en la atención a niñas y mujeres menores de edad. Él tenía 15 años, lo ayudamos un tiempo. Es un tema complejo con sus propias características.

—La cifra oficial dice que en México hay 70 mil niños y niñas en trata y que el total de personas podría ascender a 500 mil. ¿La cifra se acerca a la realidad?

—Está muy alejada. No hay autoridad en el país que tenga el registro del número de víctimas de trata porque no se han metido en el tema. No hay número fidedigno. Cuando se trata de menores de edad, el delito se realiza en la clandestinidad. Albergamos a una niña de seis años: a estos niños no los ves en la calle siendo vendidos, pero están ahí, en casas, escondidos en lugares a donde llegan los clientes. La forma en que se promociona hacia el exterior el turismo sexual en México es un edén para los pederastas. Te aterrorizas al descubrir que los ofrecen por catálogo.

¿QUÉ ES UN PADROTE?

Lucero y Carolina se hacían pasar como esposas de los amigos fantasma de Álex. Tenían 21 y 25 años. En realidad, su trabajo era viajar a Puebla para entregar en las manos de su padrote los montos recaudados por ellas mismas y Neli, a quien sólo le permitían tomar dinero para alimentos.

La veracruzana compartía habitación con Lucero. Carolina dormía en un cuarto aparte con Mari, de 25 años, otra víctima de trata. Desayunaban a las 10 en alguna cocina económica. Neli llegaba al callejón una hora después y estaba ahí hasta casi medianoche. La administradora de la cuartería, doña Pancha, cobraba el turno de la tarde en 230 pesos. En ese mismo lugar preparaban la comida que las mujeres pagaban en 30, 40 o 50 pesos. Por las noches, las cuatro cenaban cualquier cosa en el hotel.

Vía mensaje de texto, Neli informaba a Álex cada uno de sus movimientos. Horarios de salida y entrada, monto reunido en el día, tiempos muertos en los que iba a comer y al baño. «Me monitoreaba desde Puebla. Una vez llegó un mensaje que decía: ‘Deja de platicar y ponte a trabajar’. Le pregunté a Álex si Carolina le había dado el pitazo y me respondió: ‘Déjate de pendejadas o cuando vengas a Puebla no te las vas a acabar’. Apenas si había preguntado la hora a una compañera». Carolina y Mari recibieron un mensaje similar. Concluyeron que alguien las vigilaba pero nunca supieron quién.

Otro día se le acercó un policía: «Estás muy chiquita, déjame ayudarte, tú tienes padrote». Neli no entendió el significado de esta palabra. Prefirió no hablar para no levantar sospechas. No quería meterse en problemas con Álex. Esa noche le preguntó a Lucero qué era un padrote. Ella le contestó: «Tu marido», y no dio más explicaciones.

Neli ya había notaba algo extraño en el comportamiento de las mujeres. Como ella, hablaban poco, apenas un saludo. Los rostros rígidos permanecían agachados. Aún creía que pronto reuniría el dinero necesario para abrir el negocio. La instrucción de Álex en cada nueva llamada era la misma: sacar todo el dinero posible, sin importar cómo. Sexo oral, anal, y en distintas posiciones. Los servicios extra costaban de 50 a 500 pesos. «Nunca ofrecí algo de eso. Siempre terminaba lastimada. Tomaba pastillas para aguantar a tanto tipo. Descansaba un día a la semana. Cuando me bajó la regla, en la cuartería querían que me pusiera una esponja con vinagre para detenerla, pero esos días me fui a Puebla».

Al lugar llegaban hombres de 18 a 70 años. «No recibí amenazas pero estaban enfermos. Una vez llegó un borracho y fue muy brusco; otro me quería meter una zanahoria, pero no lo permití. El lugar era espantoso. Si masticabas chicle, la encargada te ordenaba barrer la calle o las cuarterías», relata Neli.

Un par de días después de su llegada, observó a una señora de 60 años, sexoservidora y ayudante de Pancha en la administración, rociar un líquido en las paredes y banquetas de la zona. La sexagenaria realizaba esa acción con constancia, Neli quería saber qué hacía. «Es amoníaco, sirve para atraer a más clientes, caen redonditos», respondió. «De verdad, era un lugar horrible, horrible, horrible», cuenta Neli mientras rememora con sobresalto los días en el callejón.

ERA UNA OFRECIDA

Un grupo de hombres trajeados y decenas de policías aparecieron en el callejón de Santo Tomás a las dos de la tarde del 23 de julio de 2010. A gritos, separaron a las menores de edad y colocaron al resto de las mujeres contra la pared.

El operativo daría un giro a la vida de Neli Delgado. Ya tenía pensado enfrentar a Álex, aunque aún no supiera cómo, ni cuándo.

Una joven tabasqueña de 19 años, recién llegada tres días antes, fue quien hizo la denuncia. «Quizá las mismas autoridades avisaron del operativo porque ahí la gente sabía que iba a llevarse a cabo», cuenta Neli. La ayudante de Pancha en la administración fue quien avisó a la joven. «¿Vas a aguantar vara? ¿Te quedas o qué vas a hacer?», le preguntó. Ella respondió: «Me quedo porque soy mayor de edad, sé qué decir».

No se atrevía a rebelarse en contra de su pareja. Temía a su reacción, pero no estaba dispuesta a pasar toda la vida en ese callejón, condenada a acostarse con el hombre que la eligiera. En eso pensaba cuando los uniformados ordenaban a las mujeres subir a las camionetas. «¡Cúbranse la cara con el cabello!», instruían. Momentos después las llevaron a declarar al MP.

Por miedo a lo que pudiera pasarle a Álex o a ella misma, Neli se rehusó a confesar. Quería volver a Puebla pero las autoridades la enviaron a Camino a Casa. Dos semanas después regresó al MP. El comandante tenía una noticia: Lucero y Carolina también eran explotadas sexualmente por Álex.

«Me enojé mucho, me deprimí. Me di cuenta de la realidad. No sabía que era un delito lo que nos obligaba a hacer. Todo era un engaño. Y entonces dije la verdad». Tras escuchar al comandante, comprendió por qué Álex le había propuesto enseñar a otras mujeres a trabajar de sexoservidoras. «Me rehusé. Imagínate en qué bronca me habría metido si hubiera aceptado», analiza Neli, años después, instalada en ese pasado doloroso y aún fresco, desde una banca del Parque México.

El MP contactó a Carolina. Le dijeron que debía dar 4 mil pesos para que Neli saliera libre. En realidad, querían detenerla. Se quedaron de ver en Circunvalación pero quien llegó con el dinero fue Mari, a quien llevaron a declarar. Ahí descubrieron que su tratante también era Álex y que había usado el mismo método para engancharla: el enamoramiento.

«A ella le dijo que se llamaba Héctor y también la llevó a Puebla al principio», cuenta. Para capturar a Álex, las autoridades ordenaron a Mari que le dijera que lo iba a ver allá. «Yo estaba presente cuando ella le llamó. Él dijo: ‘Hola, amorcito. Te vienes temprano para acá porque te voy a comprar unos pantaloncitos y tienes mucha ropa que lavar. ¿Qué pasó con La Bruja?'». La Bruja era Neli. La carcajada que Álex soltó la enfureció. El hombre del que se había enamorado era un farsante y un cretino.

El operativo para capturar a Álex fue exitoso. Lo trasladaron a la Ciudad de México. Neli se debatía entre el cariño y el odio que comenzaba a sentir por él. Pese a ello, lo reconoció en la cámara de Gesell. Al mismo tiempo, a Lucero la detuvieron mientras trabajaba en el hotel Las Cruces.

Los mensajes del teléfono de Álex revelaron sus próximos planes. Estaba a nada de llevar a La Merced a una mujer llamada Marlene. En la declaración aseveró que él no prostituía a las mujeres y que únicamente les recomendaba trabajar ahí porque vivían en pobreza extrema. «En cuanto a mí, dijo que era una ofrecida», cuenta Neli.

Mari también denunció a Álex y vivió una temporada en Camino a Casa. Después se casó. Ahora tiene un hijo. «Era difícil hablar con ella porque fuimos la pareja de la misma persona y nos hizo lo mismo». Neli volvió a ver a Álex durante el juicio que se extendió por años porque él se rehusaba a presentarse a las audiencias. A día de hoy, sigue sin aceptar su culpabilidad.

Lucero, al principio, negó que Álex y ella estuvieran de acuerdo. Días después confesó que él la obligó a enseñar a otras mujeres el oficio. Llevaban cuatro años juntos. Carolina había llegado dos años atrás. Mari apenas contaba un par de meses.

En las audiencias, Neli conoció a la mamá y a la hermana de Álex. El Bora estaba registrado a nombre de la segunda, quien aseguró que desconocía las actividades de su hermano. «Claro que sabía. Toda la familia estaba coludida. Son negocios familiares. Álex tiene dinero, la trata deja mucho. Durante seis años ha pagado sus abogados y también los de Lucero», cuenta Neli.

Durante el proceso de investigación, la joven descubrió que Álex había manipulado a más mujeres. No mintió cuando dijo que vivió en Estados Unidos: en Nueva York explotó sexualmente al menos a una mujer en Queens. «Con Lucero nunca charlé mucho», dice Neli, «pero sé que ella estaba muy enamorada de Álex, creo que más que yo».

A UNA MUJER LA VENDES LAS VECES QUE QUIERAS

La cifra oficial de personas víctimas de trata se compone de casos denunciados o personas rescatadas, «pero es un número conservador», asegura la presidenta de Camino a Casa. Además, «no hay medidas ni prevención por parte de las autoridades. Falta promover la denuncia, la población no sabe qué es la trata y por lo tanto no denuncia si ve acciones sospechosas, por ejemplo, en su calle. No está consciente de esto. La trata se ha vuelto parte del paisaje urbano».

Tampoco se habla del tema en las escuelas. «No está inserto en ningún programa o protocolo. Y los niños y niñas de secundaria o que concluyen la primaria son los más vulnerables. Nadie les informa sobre esto. La autoridad ha sido muy pasiva. En el sexenio pasado hubo un poco de esfuerzo. Los instrumentos legales están, ya hay una ley, pero hoy el Senado quiere hacer modificaciones terribles, de tal manera que podrían salir muchos padrotes», asegura.

—¿Las redes operan en todo el país?—, pregunto.

—En la mayoría de los estados. Muchos grupos delictivos que se dedicaban al narcotráfico migraron a la trata porque hay entidades en donde no está regulada. Aunque hay una ley general, no la han implementado. ¿Por qué la trata es una actividad principal? Una droga la vendes una vez, a una mujer, a una persona, la vendes 20, 30 veces por día. Una y otra vez. Es gravísimo. Y afecta a todos los niveles: como en la prostitución, con los tratantes hay niveles. Hay padrotes cuyo mercado es gente de alto nivel que quiere niños de clase social alta, con educación.

—A la mayoría de las víctimas se les engancha por enamoramiento y la vulnerabilidad en que viven, ¿no?

—Afecta mucho. Pero conocimos también el caso de una chica mexicana estudiante de la Ibero que iba a hacer una maestría en el extranjero. A través de internet contactó una universidad en Francia que parecía maravillosa. No existía. Era una red de tratantes en Italia que captaba a las niñas a través de esa falsa universidad. A ese grado de sofisticación llegan. Ella tuvo sus dudas, lo comentó con un amigo cuyo papá es notario, éste investigó en la red internacional de notarios y descubrió que el lugar no existía. Se inició la investigación y se descubrió a la red.

—Se dice que México sigue los protocolos pero no hay resultados.

—México a todo dice que sí. No puedo afirmar en qué porcentaje actúa, pero es bajísimo. El país lleva la delantera en la firma de convenios, pero el cumplimiento está por los suelos.

AL 90 POR CIENTO

Su nombre real es Arturo Galindo Martínez. En 2010 tenía 34 años, casi diez más de los que afirmaba. Nació en San Pablo del Monte, un municipio tlaxcalteca que colinda con Tenancingo, la «tierra de los padrotes», cuna de trata de personas en México y Estados Unidos.

Álex, como se hacía llamar en el «trabajo», ha pasado los últimos seis años en el reclusorio Oriente. Lucero, víctima y victimaria, fue trasladada a la cárcel de Santa Martha. Carolina es todavía prófuga. A Pancha la detuvieron en el operativo. Murió en la cárcel.

Apenas hace algunas semanas, Álex y Lucero recibieron la sentencia de 13 años y nueve meses de cárcel, y una multa de 790 mil 75 pesos, cada uno. La condena es únicamente por la explotación sexual a la que sometieron a Neli. Ella no está conforme. Esperaba al menos 50 años. Impugnará el fallo pues el veredicto no es definitivo. «Álex me manipuló psicológicamente», reflexiona Neli en el parque. «Ese operativo fue una bendición pero en ese momento no lo vi así. Estaba bloqueada, tonta, no sabía qué iba a pasar con mi vida». Cuando Neli volvió a su tierra, la única persona que la recibió fue un tío materno. Sus tías se rehusaron a verla, pensaban que seguía con Álex. «Antes de que lo capturaran, fue a casa de mi abuelita y dijo: ‘Neli está bien, no hagan caso si escuchan algo malo de ella’. Ya sabía que estaba detenida».

La advertencia de Álex a la familia no funcionó. En aquel tiempo, Neli y otras mujeres rescatadas en el operativo fueron entrevistadas en televisión. Aunque no apareció su rostro, su familia la identificó por el cabello y porque la voz no estaba lo suficientemente distorsionada.

Durante el juicio, los familiares de Álex llamaron a casa de la abuela de Neli en Tres Valles. Querían saber su paradero. Los amenazaron. Decían que la iban a encontrar viva o muerta. Los abogados del delincuente fueron al pueblo para preguntar a María del Carmen el paradero de su hija. La mujer se asustó, no tenía una respuesta.

Neli contaba con un aliado. Germán del Villar, entonces director de Camino a Casa. Él habló con su tía para explicarle lo sucedido.

«De nada sirvió, mi familia piensa que fue mi culpa, que lo hacía porque quería. Yo recibí mucho apoyo de la fundación. Germán, quien ya murió, incluso pagó mis estudios», dice la veracruzana y anuncia que el 18 de junio próximo se graduará de la licenciatura en Administración.

—¿Estás recuperada? —le pregunto a Neli.

—En un 90 por ciento. Recibí atención médica pero nunca acepté la psicológica pese a que estaba muy deprimida. Ahora estoy mejor porque ya ha pasado tiempo. Dos años después del operativo me realizaron el proceso de peritaje. El psicólogo emitió un reporte que afirmaba que no necesitaba más atención. Me molesté mucho porque no era cierto.

Por ahora, Neli enumera sus propósitos de vida. Primero, peleará por una reparación del daño. «Se le da a los secuestrados, pero no a las víctimas de trata», dice.

Segundo, quiere levantar un negocio, hacer una maestría en recursos humanos en el extranjero, y continuar con su participación en la Comisión Unidos Vs. Trata, una organización que busca erradicar la esclavitud laboral y sexual.

—No quiero compasión, la vida sigue—, dice.

—Y ese 10 por ciento que aún no puedes curar, ¿qué crees que sea?

—Tengo un corazón duro y frío. No sé si me hace falta perdonarme a mí misma. De verdad no lo sé.

https://www.vice.com/es_mx/article/4w977m/tu-deber-es-ayudarme-vas-a-ser-sexoservidora

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