Laura es menor de edad. Hace unas semanas se subió a un avión en su Venezuela natal con destino a España. Lo que no sabía es que su familia la había vendido y llegaba al país ibérico para ser prostituida.
En el aeropuerto de la capital la esperaban miembros de una red de trata de personas para recogerla y llevarla a un apartamento, donde, según las autoridades, sería sometida a diversas vejaciones y explotada sexualmente. Por suerte, hubo otros que fueron más rápidos: los agentes de la Policía Nacional, entrenados para identificar a esta clase de víctimas, la salvaron justo a tiempo ahí mismo.
Laura (un pseudónimo para proteger su identidad y seguridad) ahora vive en un apartamento, pero muy diferente al que estaba destinada en un principio: convive con otras víctimas de trata de personas. La atiende personal de las autoridades españolas y de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer (Apramp). Ahora debe pasar todo un proceso de investigación para protegerla y, pronto, ingresar a los centros en los que Apramp le enseñará un oficio con el que pueda ganarse la vida, según contó esta asociación.
A ella la localizaron a tiempo, antes de que su vida se volviera un infierno en el que sería obligada a hacer “de 10 a 15 servicios sexuales al día”, tal y como asegura Rocío Nieto, fundadora de Apramp. Es ella la que relata a CNN en Español la historia de Laura, pues la menor es testigo protegido y no puede hablar con nadie ajeno a su institución o los servicios sociales previstos para víctimas de trata. Tampoco pueden dar más datos sobre ella, por criterios de protección de la menor y de víctimas de trata.
“Los aeropuertos son puntos muy importantes a la hora de luchar contra la trata» en el caso de las víctimas procedentes de América Latina, explicó a CNN en Español la inspectora Leticia Matarranz, miembro de la Unidad Central Contra las Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades (Ucrif). Allí, los agentes están entrenados para identificar señales de alerta de que alguien no está entrando al país de forma legal y, especialmente, de que está siendo víctima de una red de trata. La inspectora no dio más detalles sobre dichas señales de alerta por motivos de seguridad.
Nieto cuenta que la historia de esta niña no es diferente al del resto de víctimas de trata de personas, y confirma que cada vez son más las venezolanas que llegan a su centro derivadas por la Policía Nacional. Huyen de la crisis en Venezuela y acaban en medio de redes organizadas de trata de personas. Solo en su casa de acogida, asegura, hay dos víctimas venezolanas de trata que llegaron en el lapso de apenas unas semanas.
En lo que va de 2018, la Policía Nacional ha rescatado a más de 200 mujeres víctimas de trata en España, según esta misma institución. La mayoría de ellas son de nacionalidad rumana, nigeriana y dominicana, pero las venezolanas empiezan a aumentar, tal y como confirmó la inspectora Matarranz. “Ha habido un aumento significativo”, dijo, asegurando que entre 2016 y 2017 creció un 50% el número de mujeres venezolanas rescatadas de redes de trata. Es más, Acnur estima que un 2% de las mujeres venezolanas en el exterior con entre 15 y 49 años son sobrevivientes de violencia sexual.
La historia es siempre similar. “Las captan aprovechando entornos desfavorecidos”, explicó Matarranz. Nieto las describió como mujeres desesperadas, que son engañadas por personas en las que depositan su confianza o, a veces incluso, vendidas por su familia, también desesperada por falta de recursos. Según Nieto, que lleva más de 30 años trabajando en el área, la mayoría de las mujeres llegan a España sin saber que van a ser prostituidas. O saben que van a serlo “pero no en esas condiciones”, agrega la inspectora. Así, cuando se encuentran con la realidad, se destruyen.
“Su autoestima está por los suelos”, asegura Nieto, que dice que las mujeres “están totalmente destrozadas” y sienten que su cuerpo “es solo carne”. La mayoría presenta estrés postraumático por lo vivido (entre otras cosas, palizas de quienes las obligan a ejercer como ‘trabajadoras sexuales’, dice la presidenta de Apramp). “El 90% de las prostitutas no lo son libremente”, sentencia citando datos oficiales.
Cuando llegan a España “se les adjudica una deuda por el traslado”, cuenta Matarranz, que agrega que se trata de “deudas irreales” y que las obligan a trabajar en condiciones de esclavitud para pagar esa deuda. “Es una forma de esclavitud moderna”, sentencia la experta.
Además, según Nieto, todas ellas desarrollan una desconfianza fortísima hacia cualquiera que no sea sus compañeras de cautiverio, por lo que es difícil que logren escapar y denunciar el mal que les han hecho. “No confían en la Policía”, explica Nieto, que dice que las víctimas de trata suelen provenir de lugares donde los cuerpos de seguridad son corruptos.
Matarranz y Nieto alertan de que las llegadas son de mujeres cada vez más jóvenes. “Es lo que demandan” quienes consumen prostitución, dicen. Por todo ello, las autoridades españolas tienen personal especializado en la identificación y rescate de las víctimas “tempranamente”. Junto a organizaciones sin ánimo de lucro, desarrollan toda una red por el país para lograr sacar a las mujeres de la explotación.
Una historia de esperanza
“Nosotros lo que queremos es que esa persona recupere la libertad que ha perdido cuando llegó a España”, dice tajante Nieto. Pero no es un objetivo sencillo. “He sufrido mucho” cuenta Gema (nombre ficticio para preservar su identidad por protección), otra venezolana de 32 años atendida por Apramp. En su caso, no fue víctima de explotación sexual, pero sí de explotación laboral.
La mujer ahora es todo sonrisa y simpatía, pero se nota emocionada cuando recuerda su historia: llegó a España hace cuatro años, intentando salir de la pobreza que asolaba su país. “Soy de una familia pobre, y quienes yo creía que eran mis amigos me ofrecieron trabajo”, relata a CNN en Español.
Cuando llegó a España, sin papeles y tras haber contraído una deuda de miles de euros con sus supuestos amigos, se dio de bruces con la realidad: la explotación laboral. Cuenta que la tuvieron encerrada en una casa, debía limpiar y cuidar el lugar: era un sitio en el que se manejaban drogas, lo que además exponía a la joven a un crimen.
“Tuve mucho miedo, me preguntaba todos los días que sería de mi vida”, recuerda. “Me engañaron, me decían que como no tenía papeles no podía salir a la calle”, relata. Sufrió maltrato psicológico y amenazas constantes, dice.
Ella fue valiente, “aguanté solo tres meses”, cuenta. Un día se marchó y no volvió a saber de ellos. Tras pasar unas semanas vagando por la capital de España, se decidió a ir a la Policía, pero no para denunciar, por desconfianza en las fuerzas del orden, sino para pedir el retorno voluntario, según dice ella misma.
“Entonces se dieron cuenta de que yo no podía haber llegado aquí sola”, cuenta como quien recuerda un momento de éxtasis: los agentes la llevaron a Apramp y toda su vida cambió. Tras unos meses como testigo protegido, en los que los agentes investigaron su caso, la mujer estudió diversos oficios y ahora trabaja para la asociación como costurera. Ya lleva cuatro años en España y asegura sentirse como en casa, especialmente por la atención de la Policía — “en mi país no puedes confiar en la Policía”, cuenta— y de la asociación. “Me salvó”, dice sonriendo.
Pese a ahora estar bien, el trauma y el estigma continúan. Nieto asegura que muchas víctimas de trata ocultan su pasado por vergüenza, porque la gente juzga a quienes han sido prostitutas. “Como si eso fuera fácil”, lamenta.
Algo así le ocurre a Gema: su familia no sabe que fue víctima de explotación laboral. Le avergüenza haber sido engañada, pero además, teme decírselo y poner en riesgo a los suyos, por los que tanto trabaja para enviarles dinero cada mes. Cree que, si se lo cuenta, la familia podría hacer más preguntas de la cuenta y sufrir represalias por esos que un día creyó que eran sus amigos.
Tampoco anda tranquila por la calle. Al menos, no siempre. “A veces tengo miedo a cruzármelos por la calle, pero sé que cuento con la Policía y la asociación y me quedo más tranquila. No estoy sola”, concluye.