Un nuevo modus operandi persigue a mujeres en lugares públicos, mediante la figura de un hombre que se hace pasar como su novio.
Hace 17 años que Gabriela se sube al metro de la Ciudad de México. Nunca le ha pasado algo grave, pero recuerda el día que un hombre desconocido intentó raptarla.
Fue en la estación del metro Popotla. Estaba esperando a su novio, recargada en una barda. Leía un libro. De la nada, sintió como un par de manos le taparon los ojos, justo como lo hacía siempre la persona a la que esperaba. Pero no era él.
Una vez que pudo voltear a verlo, se encontró con una cara que nunca había visto antes. El hombre la tenía sujeta del brazo y la jalaba, llamándola “mi amor” y diciéndole que ya no hiciera dramas, que mejor ya se fueran a casa.
“Yo le pedía que me soltara, que yo no lo conocía. Y cuando vi que el tipo seguía empecinado, comencé a gritar. En los pasillos había un par de personas y el policía de la estación también estaba ahí. Pero nadie hizo nada”, dice Gabriela.
Eso, asegura, fue lo que más la desesperó. El hombre era casi de su edad, pero la duplicaba en fuerza, y poco a poco fue desgastándola y acercándola a los torniquetes de salida. Temía que lograra sacarla y, sin más, se la llevara a quién sabe dónde.
“Pero resistí tanto, que en una de esas él fue quien se cansó. Quizá se preocupó porque yo no dejé de gritar nunca. Simplemente me soltó y me dijo que estaba muy loca; que cuando quisiera volver con él, lo llamara. Luego salió corriendo”, recuerda.
Su novio llegó unos minutos después y la encontró desconsolada. Desde ese día nunca más le volvió a tapar los ojos. Desde ese día ella no ha vuelto a subir confiada al transporte público.
La sofisticación de un delito
A pesar de haber ocurrido hace 17 años, este tipo de casos están volviendo a ocurrir en la capital mexicana. Son frecuentes los reportes de chicas interceptadas en lugares públicos, como plazas comerciales o estaciones de metro, por hombres que fingen ser sus novios e intentan llevárselas por la fuerza.
El último caso mediático fue el de Diana, una joven que estaba en el centro comercial Santa Fe, y quien fue hostigada por un hombre alto y bien vestido. Al igual que Gabriela, ella comenzó a pedirle y gritarle que la soltara. Él intentaba calmarla y le decía a todas las personas de las que llamaba la atención, que era su novia, que estaba haciendo un drama, que todo estaba bien.
En ese caso, otro agente de seguridad se acercó a hacerle unas preguntas. El hombre insistió en su versión, el policía se fue y las súplicas de ella sólo surtieron efecto hasta que un grupo de amigos sí lo encararon, se la quitaron de las manos y la escoltaron hasta que el hombre desapareció.
Según Gabriela, quien se considera feminista y durante años le ha dado vuelta al recuerdo de lo que le ocurrió en el metro Popotla, este modus operandi para secuestrar tiene mucho que ver con el tipo de rol cultural en el que se asume a las mujeres.
“Siempre somos nosotras las que hacemos teatro, las que perdemos los estribos en público, las que jaloneamos, las que tenemos que calmarnos. Y eso les da poder a ellos de justificar de alguna forma esa conducta tan normalizada de ejercer control. Por eso mismo, no se les ve mal tan fácilmente. Ellos son los hombres, los novios que están en derecho de arreglar las cosas con su pareja como les venga en gana”, dice.
A eso atribuye el hecho de que ni la gente, ni las autoridades, intervengan tan rápido, ni con tanta determinación. La mayoría de las veces se detienen porque “los problemas que tengan las parejas, son sólo problema de ellos”.
“Sin embargo, creo que por tratarse de algo tan grave, deberíamos reaccionar ante la más mínima sospecha de que está a punto de ocurrir un secuestro. Tenemos que ser empáticos, se trate de quien se trate. Nosotras, como mujeres, tenemos que denunciar. Muchas veces no contamos nuestras historias, y eso nos desprotege a todas”, asegura Gabriela.
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