“¿Quién no se va a desbalancear emocionalmente teniendo que proteger a un niño/hombre de sus inseguridades?”
Hace días salió un comercial que retrata la masculinidad tóxica con la que hombres y mujeres hemos tenido que vivir y luchar contra ella a diario. Porque sí: hemos crecido en una sociedad machista y esto se presenta en todos lados: comerciales de TV, en la escuela y oficina. La mejor forma de pelear contra esto es aceptándolo, entendiendo que nos hemos desarrollado como personas en un ambiente y coyuntura sumamente machista.
Desde pequeño vi en televisión lo que significa ser un “hombre fuerte”. El que tenga más dinero es mejor. El que juegue mejor al fútbol es mejor. El que golpee a su compañero de escuela y le gane es el hombre más fuerte. Parecía que tenía que ganar en todo y ser hombre se convirtió en una continua competencia contra los demás. También se me inculcó (por la cultura latinoamericana) que las mujeres eran un sexo “débil”. Que había que tratarlas distinto por el hecho de ser mujeres. Esto genera consecuencias obvias. Y por eso tiene sentido preguntarnos, como hombres, ¿qué podemos hacer para mejorar esto? Pues hablarlo. Señalar nuestro privilegio y dejar de tener comportamientos condescendientes.
Platiqué con algunos hombres sobre qué actitudes tóxicas creen que hemos tenido con las mujeres, cómo las podemos mejorar y nuestra posición en una sociedad machista.
La masculinidad tóxica existe porque los niños escuchaban esto de sus padres o hermanos
Como hombre homosexual siento que vivimos en una sociedad machista. Súmale la falta de amor y respeto que existe y la falta de valores de las personas desde hace un tiempo: esto crea un ambiente de violencia dentro de la misma. De niño, mi abuela me cuidaba, así que siempre le acompañaba a las rutinas de ama de casa; mi madre sostenía la casa con cuatro hijos y a todos nos dio estudio, alimento, hogar y vestimenta.
Soy el menor de la familia y siempre pensé que las mujeres eran primero que los hombres, así que desde pequeño me eduqué para respetar a la mujer. Conforme crecí vi cómo los niños le faltaban el respeto a las mujeres y hacían comentarios como “qué chichotas” o “qué culote”. Estas actitudes de masculinidad tóxica existen porque en sus casas, los niños escuchaban esto de sus padres o hermanos, o de algún hombre expresándose así al ver a una mujer en la calle. A mí me daba coraje escuchar ese tipo de comentarios porque esto le llegó a pasar a mi hermana. Siempre en la calle le chiflaban y yo volteaba a hacerles señas con la mano. A ella definitivamente le daba pena, y a veces por eso ella prefería salir vestida con suéter o pantalón.
Creo que ninguna mujer tiene porque tener miedo de salir a la calle vestida como ella quiera, es responsabilidad del padre, madre o tutor dar educación. Hay que enseñar a los hombres cómo respetar a las mujeres realmente.
—Erick, 29 años.
Nos educaron para no saber expresar sanamente nuestras emociones
Nunca he violentado a una mujer y me considero una persona empática cuando se trata de la lucha por equidad. Hasta hace poco me di cuenta del peso emocional que les ponía encima, tanto a mis amigas como a mis parejas. Terminar mal con una novia se lo atribuía a la falta de estabilidad emocional de la mujer, pero, ¿quién no se va a desbalancear emocionalmente teniendo que proteger a un niño/hombre de sus inseguridades? Nos educaron para no saber expresar sanamente nuestras emociones y, de cierta forma, a las mujeres las educaron para ser más sensibles y comprensibles. Ya no tiene por qué ser así, y a pesar de haber crecido pensando que así eran las cosas, siento que estoy a tiempo para ya no angustiar a mis parejas con problemas que no les corresponden, quebrantando mis relaciones para ir llorándole a mis amigas a ver si me consuelan.
—Jorge, 30 años.
El feminismo existe porque es necesario
Una realidad detrás del tejido social que encara el feminismo actual es que, fuera de unos lineamientos básicos detrás de la lucha de igualdad como los que son fácilmente absorbibles por una campaña publicitaria, hay una disparidad terrible en qué se entiende simplemente por feminismo. No es una sorpresa, pero es un déficit que termina alienando, alejando y, en algunos casos, atacando al sujeto que vocifera el problema, pero no el problema en sí, generando a fin de cuentas aún más resentimiento que con el que se había comenzado. Quiero decir con esto, la ignorancia alrededor de las realidades sociales ajenas.
Esta misma noción se puede distribuir a cualquier problema social importante que tiene que ser hablado: la ecología y el mundo animal, derechos humanos, desigualdad económica. Es muy difícil hacer o tan siquiera intentar cambiar el pensamiento de una persona acerca de sus propios prejuicios a partir de insultos o alienaciones que precisamente evitan que se genere la empatía necesaria para comprender lo ajeno. Antagonizar al hombre es tan poco productivo como perjudicial para las mismas metas que se propone el feminismo. Si el patriarcado o el dominio social del hombre sucedió de alguna manera, fue porque ambos contribuyeron a que eso pasara, parafraseando a Simone de Beauvoir. Ahora, es cosa de ambos terminar con el lastre social que sigue ocasionando.
El feminismo existe porque es necesario. El curso de las ideas occidentales, su transformación y adaptación, lo demanda desde hace más de un par de siglos, incluso antes de que comenzaran los sufragios a favor de la mujer en todo el mundo y, por tanto, simplemente ya no es una cuestión de elección: las ideas contemporáneas occidentales no pueden convivir con los viejos arquetipos de sexualidad y género que imperaban antes. Lo siguiente es reconocer que todos tenemos un papel para atacarlo, si no queremos darlo por sentado y continuar evolucionando.
—Sergio, 25 años.
Es un tema en el hoy reflexiono, y que tenemos que seguir discutiendo
Fui criado y mediatizado para pensar que una mujer sólo era valiosa si era atractiva físicamente. Que una mujer “fea” no valía mucho. Y la inteligencia femenina era valiosa en tanto complementaba la del hombre arquetípico: darles consejos emocionales a los niños o llevar las cuentas de la casa. Me tomó años deslastrarme de esa concepción de la mujer. Muchas veces veo cómo personas que fueron criadas en espacios privilegiados se llaman a si mismos “antifeministas”. Eso me preocupa porque parecen no tener clara la dimensión real de la mujer fuera de su espacio de privilegio: aún es cosificada, maltratada y excluida. Es un tema en el hoy reflexiono, y que tenemos que seguir discutiendo, pero siempre estando muy claros desde donde estamos parados.
— Ulises, 36 años.