“A los 14 años empezaron las prohibiciones: ‘no hables con Fulanito’, ‘¿por qué te maquillas así?’”.
Para una mujer que está siendo violentada, ser escuchada, entendida y abrazada es la base para salvar su vida. De acuerdo algunos de los últimos datos del INEGI, un problema particular es que el porcentaje de casos que se denuncia es muy bajo. Por ejemplo, se ha estimado que en México sólo 26 por ciento de las mujeres que han sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja acude a la policía o con alguna autoridad pública. Además, este porcentaje varía, a su vez, por el tipo de violencia recibida: sólo 4 por ciento de las mujeres víctimas de violencia sexual acude con las autoridades.
Por esto es importante que las historias de mujeres vivas sean cada vez más, para que aquellas que viven o han padecido violencia, reaprendan que ninguna estamos solas, y que siempre se puede salir de una relación abusiva.
Becky
Quiero contar mi experiencia de violencia en el noviazgo: empecé una relación con un chico cuando teníamos 13 años, y lo más impactante es que duramos hasta que los dos teníamos 19.
En la secundaria estaba de moda tener novio y así fue como todo empezó. Al principio yo lo veía como un juego, pero el tiempo fue pasando y las cosas se fueron formalizando. Yo tenía 14 años cuando empezaron las prohibiciones: “no hables con Fulanito’’, “¿por qué te maquillas así?” “no uses escotes’’… A pesar de ser pequeña, mi mente sabía que algo no andaba bien. Yo preguntaba siempre por qué, y era aquí cuando aparecía el hombre misógino: me decía que me diera a respetar, y que si alguien me insultaba él se tendría que pelear para defenderme. Esto lo decía para manipularme y quedar como el bueno.
Pasó el tiempo y me enteré que su papá fue un hombre violento, que incluso golpeaba a su mamá antes de separarse. Siguió pasando el tiempo y cuando llevábamos dos años juntos —teníamos 15 años—, él me fue infiel. Se besó con otra niña, y sí, es algo grave. Si les perdonas una les perdonaste todas. He de admitir que este chico sacó lo peor de mí: yo creía que ese tipo de peleas, los empujones, las groserías, los insultos, decirme pendeja, decir que mi mamá era una pendeja, era algo normal.
Me revisaba las redes sociales, me prohibía tener Facebook, hablarles a mis amigas porque eran unas putas que me mal influenciaban. Me quitaba mi dinero con el pretexto de ahorrar juntos y cuando salíamos me ofendía por no traer dinero. Incluso me obligaba a hacer cosas que no quería, como tener sexo solo cuando él quería y como él quería, porque si yo quería intentar algo nuevo para él era como si yo hubiera estado con alguien más. Me hacía tomar cosas a escondidas de mi casa para dárselas a él, tomar drogas, comer cosas que no me gustaban, etcétera.
Hacía escenas de celos horribles, incluso solo porque me saludaban mis amigos y amigas. Me hacía creer que todos y todas estaban en mi contra solo para tenerme para él, como una presa bajo las garras de un depredador. Fue tanta la manipulación con la que viví que me distancié de las personas que más quería en la vida. Siempre estaba de mal humor, triste, lloraba en secreto sin contarle a nadie porque yo pensaba que eso era amor.
Cuando entré a la prepa estuvimos juntos y yo solo me juntaba con quienes él aprobaba. Y si yo decía algo sobre él me iba como en feria. Incluso me decía que si escuchaba música o cantaba lo ignoraba y que no lo hiciera. No solo criticaba mis gustos, también mis películas tontas, mis hermanos llorones (hasta de mis hermanos tenía celos), mi música rara, mis amigas putas, mi mamá pendeja, mi papá culero…
Cuando él entró a la universidad y yo seguía en la prepa, por fin pude hacerme de algunos amigos y amigas. Comencé a comprender algunas cosas, aunque no por completo. Cuando entré a la universidad y comencé a conocer a otros chavos me di cuenta que hay otros tipos de hombres y que lo que él hacía estaba mal. Una de las peores peleas que tuvimos, cuando yo argumentaba que él me mentía, me dijo “tú que vas a saber si eres una pendeja que reprobó todo en primer semestre’’.
Me abrí por completo a una amiga —que es actualmente mi mejor amiga— y entendí muchas cosas. Decidí pedirle un tiempo y él siguió con su control dándome fecha y hora, argumentando que seguro era para andar de puta. Todo culminó el día que yo decidí ponerle fin a esa violencia. Nuestra última pelea fue porque yo traía puesta una tanga y me dijo que eso era de putas, que ya no me conocía y que había cambiado. En efecto cambié: me di cuenta que la violencia no es amor. No niego que pasé buenos momentos, crecí, aprendí mucho y disfruté. Sin embargo, los momentos de violencia psicológica y física opacan por completo esos pequeños momentos de felicidad.
Espero que no vuelva a tratar a una novia de la manera en que me pisoteó y destrozó mi autoestima. Quise contar esto porque si no hablas nadie te escucha y fue lo que a mí me pasó. Nunca hablé con nadie sobre lo que estaba viviendo y mis padres estaban muy ocupados resolviendo sus propios problemas como para voltear a ver a su hija. Solo espero que mi historia le sirva a alguien, que si tienes una hermana pequeña o una hija le des la confianza de platicarte por lo que está pasando.
Quien merece tus lagrimas no te hará llorar. Amigas dense cuenta y no se encierren en una relación. No dejen de contarle a sus amigas porque si sentimos que algo no está bien es porque simplemente no lo está.
Porque te quiero viva, yo te creo. No juzgues, condenes o criminalices una relación así. Salir con vida no es fácil, y celebrar que lo están y que compartan cómo lo lograron es la base de esta parte de la Columna Rota. Así que ven y cuéntanos tú historia.
@FridaGuerrera