Ya viene otro ocho de marzo.
El 8M es clave para muchas mujeres feministas. Significa conmemoración, significa sororidad, parcería, salir a seguir tejiendo redes las unas con las otras. Significa movilizarse, actuar. Como el año pasado, cuando mujeres de más de 120 ciudades en España salieron a las calles, algunas en huelga y otras a protestar contra la violencia sexual, la brecha salarial y demás opresiones de género en este país. El año pasado, mujeres de más de 70 países, que incluyeron a Argentina, Brasil o Uruguay, se organizaron y también salieron a las calles a conmemorar la historia: la de las 123 mujeres que murieron calcinadas en el encierro de una fábrica de Nueva York a comienzos del siglo XX.
Los medios, que insisten en repetir ese suceso cada ocho de marzo, deberían cubrir el resto del año el resto de historias que nos siguen oprimiendo y que siguen repitiéndose una y otra vez en la actualidad.
El día de la mujer ha cambiado en muchas empresas e instituciones, no lo voy a negar. Quizá la florecita con la canción de Arjona de fondo ya no es tan común, quizá sí lo siga siendo en las clases populares. Muchas empresas en el país han intentado celebrar este día de una manera más consciente, o quizá más adaptada a estos tiempos, que ahora son tiempos que tratan más sobre nosotras. Y el resto del año, también son varias las empresas que han reestructurado sus políticas para lograr un lugar de trabajo más equitativo. Reconozco esto, pero sé que todavía nos está faltando mucho.
Cada ocho de marzo, el feminismo como concepto se pone en la agenda mediática durante algunos días, cada año con más ahínco, porque cada año nos estamos haciendo escuchar más.
Entonces, los medios planean y publican especiales donde figuramos nosotras, y nos llaman y nos invitan a hablar de eso que es el feminismo, que a veces les suena tan raro, y nos preguntan que por qué no mejor llamarlo igualitarismo, que feminismo suena como a matriarcado. Que si tanto decimos que el feminismo es igualdad entre hombres y mujeres, ¿por qué los hombres no pueden ser feministas? Y así. Que a la final, hombres y mujeres tenemos el mismo sueño, el de ser iguales, que es lo que siempre hemos querido, lo que siempre hemos soñado.
Ser iguales, que es no ser diferentes.
¿Pero realmente existe esa igualdad a la que muchas se refieren cuando hablan de feminismo? ¿Existe siquiera algo llamado igualdad, cuando desde el nacimiento la sociedad nos asigna una clase social, una raza y un género específicos, determinando así nuestra vida entera y, dependiendo, nuestras opresiones? Estas tres categorías tienen la particularidad de que determinan, desde el nacimiento, si vamos a ser una persona que llegue a ser triplemente privilegiada, como tantos, o triplemente oprimida, como tantos otros en este mundo. No hay escapatoria: o vamos a estar contando la historia desde quienes la escriben, los ganadores, o vamos a ser eliminados de la historia misma, por haber nacido en el costal de las oprimidas.
Existe un feminismo que busca la igualdad formal: salarios iguales, oportunidades iguales, accesos iguales. Existe otro feminismo, al que me suscribo, porque me parece más lógico, que no busca la igualdad. Esta facción del feminismo, que algunos podrían llegar a llamar radical, y que no es pequeña, empezó en los años 60 como una tercera ola feminista (algunas autoras dirían que segunda). Este feminismo no busca la igualdad, porque quiere la liberación total de la mujer a través de la eliminación de un sistema opresor.
Para este feminismo el concepto de igualdad es problemático, pues si se analiza de manera crítica, igualarnos a los hombres implicaría estar al mismo nivel del status quo de la sociedad actual. Y el momento histórico de esta sociedad está comandado por dos estructuras principales, que se alimentan entre sí de manera simbiótica: el sistema patriarcal y el sistema neoliberal. Ambos oprimen a las mujeres. Si hablamos de igualdad, entonces, estaríamos hablando de igualarnos a los hombres bajo las condiciones establecidas por estos dos sistemas (que fueron creados por los hombres) sin tener derecho a un cambio de sistema, sin poder remover los cimientos de estas dos estructuras que van a seguir perpetuando la propiedad privada y el libre mercado, y nuestra eliminación sistemática.
Entraríamos de una a ‘jugar el juego’, su juego. El juego del patriarcado. Y de entrada nos tocaría aceptar dinámicas masculinizantes, violentas. Dinámicas que deberíamos criticar, revisar y cambiar.
¿Porque, de qué nos sirve ganar lo mismo que un hombre si ambos estamos explotados laboralmente y la mujer, aparte de eso, llega a su casa a seguir explotada con las ‘labores del hogar’? ¿O para qué lograr una ley paritaria en el Congreso si no nos dejan legislar y nos callan durante nuestras intervenciones en medio de ese ambiente de política hecha por hombres para hombres?
Visto de esa manera, la igualdad por la que algunas feministas luchan no parece serlo. Parece un engaño. El engaño de tratar de ser iguales bajo un modelo económico que moldeó ese núcleo social al que llamamos familia, y que es una de las primeras formas de opresión que vivimos como mujeres, ya sea en el papel de madre ‘ama de casa’, o de hija, abuela, etc. El engaño de intentar equidad dentro de un modelo de pareja hegemónica (también moldeado por el mismo modelo económico), el de la pareja heterosexual normativa de hombre mujer; un modelo de pareja plagado de dinámicas, como la del amor romántico, que también nos oprime y nos violenta, muchas veces llegando a los crímenes «pasionales», que no son más que feminicidios. O el engaño de intentar ser una mujer «empoderada» en el espacio público, donde por más que gritemos y puteemos en la calle a quienes nos acechan, no vamos a hacerles entender a muchos hombres que no somos objeto de acceso para ellos, y que no nos pueden violentar de esa manera.
El feminismo, este feminismo, trata de cambiar el juego. Y lo tratamos de hacer convencidas de que el cambio sucede tanto en la esfera pública como en la privada, y que por eso lo personal siempre es político. Este feminismo con el que yo me identifico, a partir de cambios y replanteamientos en la vida privada y pública de muchas de nosotras, espera cambios estructurales.
Muchas los aplicamos. Nuestras formas de relacionarnos amorosamente, nuestras formas de consumo, nuestra manera de cultivarnos intelectualmente, la manera en la que nos manifestamos por esta lucha, la manera en la que denunciamos, la manera en la que nos apoyamos… Esto, mezclado con lo que otras mujeres pueden lograr en el ámbito público, es lo que finalmente puede lograr lo que antes llamé la liberación de las mujeres, que no es más que el derrocamiento del sistema patriarcal. Sí, este feminismo quiere reestructurar la sociedad. Quizá por eso nos temen tanto a nosotras, a las feministas.
Y aún falta mucho. Muchísimo. Pero a veces sentimos que algo a nuestro alrededor está cambiando.
Tampoco queremos igualdad, porque no queremos los mismos derechos que esta sociedad se ha adjudicado con nosotras. No queremos matar a los hombres por ser hombres, ni violarlos para ajusticiarlos, ni violentarlos psicológicamente o físicamente o económicamente hasta anularlos como personas que ocupan este mundo. No queremos que nos concedan esos derechos, ni queremos que los hombres sufran las opresiones que nosotras hemos sufrido históricamente.
Es así como esa discusión y esa celebración del feminismo como una lucha por la igualdad se convierte una discusión fútil que ayuda a alimentar la estructura patriarcal que sigue vigente. El feminismo busca romper bases, liberarnos de ellas para poder redefinirlas. Igualarnos a ellas no va a hacer el cambio. El verdadero cambio va a llegar cuando se desmonte ese mandato de masculinidad. Y la liberación no solo va a ser nuestra, de las mujeres, sino que va a ser para todas y todos.
Este 8M, como todos los años, salgamos a las calles, paremos y movilicémonos, que solo así, en acción colectiva, es que lo vamos a tumbar.
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