En la Ciudad de México, un grupo llamado ‘Mutatis Muntandis’ reúne por las tardes a quince mujeres para pelear.
En la Ciudad de México, un grupo llamado Mutatis Muntandis reúne por las tardes a quince mujeres para pelear. Todas estiran, se lanzan puñetazos, patadas, suelten aire con cada esfuerzo y llenan el espacio de calor y sudor. Se preparan para saber cómo responder el día que alguien decida agredirlas.
Este martes están juntas a pesar de la lluvia y un intento de corte de electricidad en el lugar donde entrenan. “Atención”, levanta la voz la mujer que las dirige. Les chifla. Todas se detienen. “A ver, ¿qué está pasando? Allá afuera ningún hombre, jamás, les pegará así”, dice y lanza su brazo con debilidad hacia adelante. “Necesito que se me pongan bien fuertes. Así”, firme y con fuerza lleva su puño al frente.
La persona que dirige es María José Gámez, licenciada en entrenamiento deportivo, antigua karateka de la Selección Nacional. Todas la llaman Marijó. Es alta, delgada, corpulenta y lleva el cabello suelto todo el entrenamiento. No suda y en ningún momento se queja. Levanta la voz para instruirlas en algo nuevo y la baja para bromear con ellas.
Desde hace más de dos años se dedica a la autodefensa y es la fundadora de los grupos de mujeres que entrenan en Mutatis Mutandis, llamado así por ser su metodología de entrenamiento que se nutre de lógicas de movimiento corporal, gimnasia olímpica, parkour, artes marciales mixtas, karate, boxeo y judo.
En México existe una consigna que se grita en las marchas de mujeres: “contra la violencia machista, autodefensa feminista”, y es ante noticias como los secuestros, feminicidios y casos de acoso sexual que ocurren en el espacio público, que mujeres como el grupo de Mutatis Mutandis decide reunirse para llevar a la práctica esa consigna que se pronuncia en las calles.
“La autodefensa es una reapropiación de mi cuerpo, de mi seguridad, pensando en plano personal y colectivo”, explica María José, “es una herramienta que confronta las violencias del heteropatriarcado capitalista y reúne a mujeres para discutir temas de violencia, género e identidad, pero también para habilitar redes, cuidarnos y acompañarnos”.
Auxilio en la noche
Matilda tiene 22 años y es de Francia, pero gran parte de su vida ha estado en México. “Regresé hace poco cuando estaba la ola de secuestros. Una vez alguien gritó auxilio en la noche afuera de mi casa. Me quedé petrificada porque en ese momento no pude hacer nada”, cuenta.
Desde hace un mes y medio que inició en la autodefensa por invitación de Marijó, Matilda dice que se siente más segura para intervenir no sólo para defenderse a ella misma, también a las demás. “Siento que no entro tanto en la demografía de víctimas porque soy extrajera y porque soy blanca, pero en las últimas vivo más cómoda de intervenir como en situaciones violentas del transporte público”.
Guerra silenciada
“La autodefensa ha sido reconocer en mi cuerpo la guerra silenciada, prepararme para esto que vivimos las mujeres”, dice Isabel de 25 años, quien ha practicado este entrenamiento desde octubre de 2017, primero en un grupo mixto donde nunca se sintió cómoda hasta que en enero de 2018 su amistad con Marijó la llevó a su grupo.
“Es muy doloroso en ciertos momentos, pero también muy bonito saber que no estoy sola en este proceso. Ha sido un año de aprender mucho de sorprenderme a mí misma y también de ver a mis compas, cómo hemos cambiado, cómo somos más fuertes, más rápidas. Y me parece muy chido poder encontrarme con mi cuerpo después de diez años de abandono”, cuenta.
Hacernos fuertes
Luz dice que hace dos meses, antes de comenzar la autodefensa feminista, era horrible salir a la calle. “Pero mi hermana y yo consideramos que era tiempo de ejercitarnos y hacernos fuertes. He notado un cambio en mí al momento de caminar, salir a la calle de noche, salir sola”.
“En dos meses no puedo decir que soy muy ágil o muy fuerte, pero sí soy más confiada de mi cuerpo y los movimientos que hago, no camino nada más por caminar, estoy consciente dónde piso. Además, te sientes segura porque aquí te tratan como familia”, cuenta Luz de 24 años.
Ante cualquier defensa
“Yo me siento más segura, que puedo responder, puedo hacer algo en alguna situación, pero no sólo corporal también emocional ante cualquier violencia”. Carla tiene 25 años y tiene un mes en entrenamiento. Sin embargo, dice que lo principal que ha encontrado es acompañamiento y cuidado.
“Es un espacio de resistencia que también es político. Ha representado para mí el poder moverme por la calle con tranquilidad”, concluye.
“En mis años en este rollo de la autodefensa feminista, ha cambiado el concepto que tengo porque se nutre con las opiniones de muchas chicas, de todas ellas”, cuenta Marijó y señala hacia las demás. “Yo dirijo como técnicamente pero políticamente es una participación colectiva todo el tiempo. Tratamos de tener cuidado con la forma como nos relacionamos, es un proceso de mucha chamba y cada vez nos damos cuenta que somos más y más por incluir. Es un trabajo físico, técnico, político”.
La clase terminó y todas aplauden, después, mientras se cambian de ropa, platican entre ellas. Se ven relajadas en comparación con las dos horas de entrenamiento que pasaron entre estiramientos, puñetazos, patadas, golpes. Están preparadas para responder cuando decidan intentar lastimarlas.