“En medida que nuestras instituciones no garanticen condiciones de seguridad para las mujeres, este tipo de denuncias como el #MeToo van a continuar”.
El movimiento #MeToo mexicano ha cumplido dos fines de semana. Cientos de historias sobre agresiones de mujeres se leen en publicaciones de Twitter: golpes, manipulación, acoso, violaciones, hostigamiento. En las denuncias los acusados tienen nombre y apellido, y todos pertenecen a algún gremio: escritores, periodistas, abogados, músicos, académicos, doctores, fotógrafos.
Este movimiento ha sido canal de desahogo para miles de mujeres que, en algún momento, han sido víctimas de violencia por parte de un hombre. Algunas de ellas narran sus historias por primera vez tras años —incluso décadas— de silencio.
En el último par de semanas he escuchado a mujeres contar sus denuncias, enviarse mensajes de apoyo, enojarse con los agresores, con la violencia, con las leyes, con la vida como mujer en México. También he hablado con conocidas y conocidos que dicen que entre los acusados están amigos, exparejas, parejas actuales, personas admiradas, profesores, compañeros de trabajo. Y por supuesto, he escuchado cuestionamientos hacia las víctimas: ¿por qué hasta ahora?, ¿por qué anónimamente?, ¿por qué no tiene pruebas?, ¿por qué no hay denuncia ante el Ministerio Público?
Para empezar a responder estas preguntas, hay que entender que el movimiento #MeToo surge bajo una realidad tangible sobre la impunidad de la violencia machista en el país. En México, sólo existe un 12.7 por ciento de posibilidad de que haya una resolución de casos por parte del sistema de justicia, de acuerdo con el informe Hallazgos 2017 de México Evalúa.
“Las denuncias de manera formal —legal— de cualquier tipo de violencia que vivimos las mujeres es nula. Hay una ausencia porque las pocas que se atreven a hacer una denuncia no tienen el resultado que todas esperaríamos. Las mujeres, al poner una denuncia, no tenemos la garantía de que se vaya a ejercer una acción penal o civil en contra de alguien”, dice Irery Krystal Rebollar, presidenta de la organización feminista Caminando Juntas y responsable del área de género de la Universidad Autónoma de Guerrero en la zona sur, quien también aclara que la denuncia en redes sociales no debe intervenir con un futuro proceso legal.
Los denunciados han comenzado a responder. Algunos publicaron disculpas en sus cuentas como el escritor Herson Barona y el cantante Lng/SHT, asumiendo una responsabilidad parcial y disculpándose por ser parte del problema, pero nunca reconociendo como verdaderos los testimonios que les acusan. “Asumo mis pinches acciones y prometo intentar ser menos pedazo de mierda en un futuro”, dijo este último durante el festival Vaivén mientras la gente gritaba, se reía.
Sin embargo, a partir del suicidio del integrante del grupo Botellita de Jerez Armando Vega Gil, tras ser acusado del acoso de un menor de 13 años, se han generado más acusaciones contra las denunciantes del movimiento. En redes sociales se ha criticado la denuncia anónima, suponiendo que la muerte de Vega Gil fue una consecuencia directa del movimiento. Pese a que el suicidio, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), es un grave problema de salud pública que deriva de situaciones (adicciones, ansiedad, depresión) que se gestan por años y no como causa de un hecho en específico.
“Entiendo que haya preocupación por los posibles abusos del uso del #MeToo y que personas quieran utilizarlo para dañar a otras personas. El anonimato es una consecuencia clara y evidente de las grandes deudas que el sistema de impartición de justicia tiene para y con las mujeres”, dice la socióloga Sylvia Solís sobre el uso de este tipo de denuncia en el movimiento.
Sin embargo, las denuncias siguen creciendo. Desde el anonimato como Azul, desde la denuncia mediática como Andrea y desde la vía legal como Nicol, tres mujeres me contaron sobre el significado de levantar la voz en sus diversas maneras. Qué representa escribir en secreto con las manos temblando de miedo un mensaje para que publiquen tu historia; qué significa decir quién eres y quién te agredió desde una red social; y qué es presentarse ante un Ministerio Público para hablarle a las autoridades sobre el intento de feminicidio que has vivido.
Dice la ley que si te violentó no es un delito: Azul y su denuncia anónima
“Azul” escribió con manos temblorosas a causa del miedo y el coraje su denuncia contra Martín Rangel. Había pasado años de terapia y tratamientos de ansiolíticos para poder superar la relación de abusos psicológicos, manipulación, violencia física e intento de violación que vivió con el escritor entre 2012 y 2014.
Ella no era la única. Conocía de otras mujeres que pasaron historias similares con él. Y #MeTooEscritoresMexicanos que dio inicio a las denuncias en México fue motivación para que Azul decidiera usar el anonimato, contar quién es él y también para proteger quién es ella.
“Me tomó un tiempo asimilarlo”, dice Azul, “asimilar que tenía que hacerlo público. El anónimo significa la valentía de levantar tu voz, pero al mismo tiempo de mantener tu seguridad. Cuando lo conté fue una liberación enorme. Creo que muchas de las que recurrimos al anonimato sabemos del poder que pueden tener nuestros agresores hacia nosotras. Mantenerlo anónimo, mantiene tu seguridad”.
Las denuncias anónimas que son publicadas por perfiles en Twitter son una de las principales críticas que enfrentan las víctimas en el movimiento. Se les juzga por no dar rostro a sus historias, por permanecer detrás de una cuenta, se desconfía de ellas y se les reprochan sus métodos.
Pero esta no fue la primera vez que Azul habló sobre Martín Rangel. Ya lo había contado tiempo atrás, sin anónimo y en persona frente a autoridades del Ministerio Público para pedir una orden de restricción. Dice que le preguntaron repetidas veces si el agresor era su novio, le recomendaron alejarse de él como única solución porque el caso no procedía, “resulta que dice la ley que si te violentó, te hizo sentir de la mierda y te mandó al psiquiatra por años eso no es un delito”.
En Twitter se han creado diversas cuentas para dar difusión a los casos de manera anónima y también han sido cuestionadas por la veracidad de sus tuits. Por ejemplo, MeTooEscritoresMexicanos tiene 250 publicaciones, en su mayoría historias de denuncias que van desde el acoso y hostigamiento hasta violencia sexual o física.
Algunas otras como Periodistas Mexicanas Unidas (PUM) que distribuyen las historias sobre su gremio recientemente han contabilizado 120 casos sin revelar la identidad de las denunciantes a quienes protegen y dan difusión.
En PUM, el anonimato realmente se considerada confidencialidad, “Nosotras sí sabemos quiénes están atrás de esas denuncias, son confidenciales. Tenemos filtros: vemos que el denunciante exista al igual que el acosador, que no sea un bot o perfiles recién creados y vamos formando una serie de criterios para que todo tenga su validez”, dice una de las voceras de la cuenta. “Los canales oficiales no sirven, entonces entendemos que surgen canales alternativos de denuncia, en este sentido lo entendemos e impulsamos, pero no apoyamos el linchamiento mediático”.
En el caso de cuentas como MeTooAbogadosmx, empresarios y políticos, una de las administradoras narra que piden pruebas de las víctimas como videos, correos, llamadas, entre otras, “algunas pruebas no las subo porque las denunciantes tienen muchísimo miedo y al mismo tiempo tengo miedo yo porque me han amenazado que ya tienen mi nombre, mi número”, cuenta.
Los huecos de la justicia: Andrea y la denuncia pública
Cuando Andrea me contó la historia que tuvo con Al Giordano no fue la primera vez que lo hacía. Sin decirlo directamente, su historia la conocieron —aún conocen— cientos de personas, porque ella decidió publicarlo desde su usuario en redes sociales el primer fin de semana del #MeToo. Ella directamente con nombre y apellido se unía a las denuncias contra el periodista y activista estadounidense.
Fue durante 2015 cuando Andrea tenía 22 años y se integró a la Escuela de Periodismo Auténtico (SAJ) en un taller en el estado de Morelos donde conoció a Giordano, a quién se acercó debido al interés de su trabajo en el periodismo y el activismo, tema relevante para Andrea que se había involucrado en temas como la desaparición de los 43 normalistas en Ayotzinapa.
Sin embargo, por la noche empezaron las celebraciones, y Al Giordano le ofreció tener relaciones sexuales de manera insistente y acercándose lascivamente. Andrea se negó y la situación llegó hasta allí.
Ella cuenta que bloqueó el suceso y evitó encontrarse a solas con él hasta que en 2018 supo de 20 mujeres que también manifestaron haber vivido situaciones similares con Giordano. Él lo negó alegando que se trataba de mentiras y espionaje por parte del gobierno mexicano debido a su trayectoria laboral. Actualmente, las acusaciones suman 33.
“Me sentí en confianza de publicarlo a título personal porque me di cuenta que no podía afectar mi trabajo, mi persona y si me comparas lo que me hizo con otras víctimas, no es tan grave. Yo no le debo nada al tipo, no me siento en peligro por parte de él. Espero tener razón”, señala Andrea.
La decisión para poder hacer una denuncia pública se ve afectada por causas como el miedo, estrés, la existencia de un contacto directo o indirecto con el agresor, miedo a represalias, recursos, entre otras. Sin embargo, también genera controversia debido a su falta de sustento legal.
“Una de las repercusiones más importantes del movimiento es la toma de poder desde el discurso. No estamos acostumbradas a las voces que históricamente han sido violentadas y que se quedan calladas ante las situaciones de abuso”, afirma la socióloga Sylvia sobre la denuncia pública.
Andrea considera que el acercarse a lo jurídico es ideal, debido a que el #MeToo no es una opción para abandonar los procesos legales, pero que también se necesita ser realista ante la situación del país. “Cuando tienes un sistema de impartición de justicia que tiene tantos huecos, tantos vicios, tantas fallas en sí mismo, me parece que el Me Too es una vía normal y está bien”.
Una década sin castigo: Nicol y la denuncia formal
Hace casi 10 años que “Nicol” decidió terminar su noviazgo con “Giovani”. Semanas después de hacerlo él la secuestró y la llevó a su casa. La golpeó, la bañó de gasolina y le prendió fuego durante unos momentos causándole quemaduras de tercer grado. Le pidió que lo matara, le dijo que ella se moriría y así estarían juntos.
Giovani continúa libre, dice Nicol. Ella pasó varios meses en el hospital vigilada por él hasta que su familia pudo ayudarla. También vivió el levantamiento de su denuncia ante el Ministerio Público cuando estaba en proceso de recuperación. No se pudo abrir carpeta de investigación. Ha levantado la denuncia más de cuatro veces en esta última década. A Giovani lo han detenido y también lo han puesto en libertad.
Nicol no contó su historia en el #MeToo pero lo comparte con sus compañeras de la Red Nacional de Refugios (RNR) para mujeres, ejemplo de quienes se deciden a denunciar por la vía legal a su agresor.
“Actualmente no tenemos un Estado que garantice a las mujeres una vida libre de violencia”, afirma Melissa Zamora, abogada especializada en derechos humanos, “en medida que nuestras instituciones no garanticen condiciones de seguridad para las mujeres, este tipo de denuncias como el #MeToo van a continuar porque también es importante garantizar que nuestros espacios académicos, laborales y privados tengan mecanismos para dar trámite a estas denuncias”.
Finalmente, las especialistas concuerdan que el movimiento #MeToo no es alternativa para lo que deberían ser los sistemas de justicia, pero es una opción para las mujeres que aún tienen miedo, como Azul, para las que quieren que las demás se enteren y prevengan como Andrea y compañía, para aquellas que llevan años en espera de que se resuelvan sus casos como Nicol.
“Lo que no se menciona no existe. Entonces desde todos los contextos donde estemos, tenemos que levantar la voz porque si nos quedamos calladas esto va a seguir sucediendo”, finaliza Sylvia.
En el mismo sentido, todas concuerdan en que hay gran deuda de las instituciones académica y laborales, sobre no cae el reconocimiento de que estas violencias existen en los distintos espacios en los que las mujeres estamos y que no hay mecanismos de protección, ni códigos de ética para resarcir el daño. Por qué cuestionamos las denuncias anónimas, y no la falta de mecanismos que obligan a las mujeres a denunciar de esta manera.
“Hay que comprender que las mujeres tenemos miedo. Muchas no tenemos el empoderamiento ni las herramientas para hacer una denuncia porque todas las mujeres están en distintos contextos. Sin embargo, creo que por poner al descubierto a un agresor ya están cooperando mucho. No minimizo las denuncias en redes sociales porque sí han causado mucho impacto. Hay veces que llega a los oídos de las personas correctas y entonces se animan a hacer una denuncia de manera formal, pero aun así allí hay que estar apoyándolas para hacerles justicia”.