Las gotas de lluvia golpean continuas la ventana que queda justo detrás de la espalda la cual a veces se encorva de dolor que más que físico, es el sufrimiento eterno que se queda ahí enconado, desde el momento en que llega el mensaje que devasta, “ayúdame a que ella se vea, que no quede en la obscuridad”.
Las narraciones de estas historias dejan cada vez más la sensación de impotencia ante el también inagotable llanto y desconsuelo de las familias que extenuadas no descansan en busca de justicia. Las noches se hacen días, el sol lo ven llegar igual que la luna, el tiempo se queda detenido, en la espera de que la puerta se abra y sonrientes aparezcan ellas, la esperanza convertida en desesperanza al despertar pensando que solo fue una horrible pesadilla y que ellas estarán en sus camas esperando que mamá o papá en un abrazo las cobijé, susurrándoles en el oído que todo estará bien, que ahí estarán para protegerla. La realidad de estas familias que me escriben no es esa.
El 25 de noviembre de 2018, Día Internacional de la No Violencia Contra las Mujeres era conmemorado. Mientras decenas de mujeres, madres, hermanas, hijas, hijos, padres, pies cansados, dueñas de corazones ávidos de justicia, marchaban en la Ciudad de México y todo el mundo; los noticieros locales daban cuenta del hallazgo del cuerpo de una mujer en Atizapán de Zaragoza, en el Estado de México, atrajo como todos los días mi atención.
La fría mañana de ese 25 de noviembre, abrazó el infierno de aquella mujer, una más dejada ahí como un desecho, como basura. Su cuerpo yace en un camino de terracería, inerte, en el lugar, un balón ponchado, un pedazo de rafia blanca en su brazo izquierdo, una blusa color vino, un pantalón negro y su cara destrozada por la ira e impunidad de quien fatuo decidió asesinarla, la soledad cómplice, acompañó, la seguridad del o los asesinos. ¿Por qué?, porque se puede, porque en éste país son cada vez más recurrentes estos hallazgos.
El asombro de alguien a las siete de la mañana le hizo avisar a las autoridades, justo ahí en calle Las Golondrinas y las Garzas en la Colonia las Águilas, Atizapán, Estado de México. Fue encontrada, dejada en el lugar que tal vez fue testigo de la última exhalación, del grito ahogado de dolor, del infierno, de los últimos pensamientos de está mujer; sus hijas, su madre, sus hermanos, su vida, sus sueños rotos seguro desfilaron esos últimos segundos de vida cegada por la ira de un ser cruel, que, sintiéndola suya la arrebató de la vida. La sorpresa de ella porque tal vez ese inhumano era alguien en quién ella confiaba, el abrupto que la llevó de pronto a verse de frente a la muerte, una muerte que no pidió, que no se buscó, y que seguro hasta el momento no entiende.
Juana Brenda Chávez Becerra nació el 18 de mayo de 1990, desapareció el 24 de noviembre de 2018, en la Alcaldía Álvaro Obregón; sí justo un día antes de que decenas saliéramos a marchar tomadas de las manos para exigir el cese a la violencia de género, el alto a los feminicidios, el grito de #NIUNAMÁS, una vez más a las calles.
Todos los días Brenda se escribía con Míriam su mamá, desde el 24 empezó la preocupación. Brenda no le contestaba, el lunes 26 muy temprano el padre de las dos niñas hijas de Brenda, avisó a la familia. Brenda no había llegado por ellas, entonces sí, no estaba bien, algo había sucedido ella jamás habría dejado a las niñas esperando, jamás las habría sumergido en esa duda, ¿Y mi mamá?
La familia inició la búsqueda en redes sociales, suplicando a quién la viera les hiciera llegar la noticia de que estaba bien, de que pronto regresaría. No, eso lo habría hecho Brenda si estuviera bien, ese mismo día alguien les mando la foto de aquella mujer encontrada en Atizapán, sin duda era Brenda. La blusa color vino, el pantalón negro, ella se tomó una foto justo el día que desapareció con esa ropa, era ella, el shock fue interminable, no fue la autoridad quien les avisó, fue la prensa, los medios quienes la imprimieron tal cual la dejaron extinta, humillada, exhibida.
Desde entonces la familia completa de Brenda se ha sumergido en ese infierno burocrático que no entiende el dolor, que no entiende que una hija, madre, hermana fue arrebatada y que ninguna palabra de aliento o buena intención por encontrar la justicia tan anhelada en el México sangrante se las devolverá, la calma para estos corazones tal vez aminoré cuando el culpable esté tras las rejas. Entonces irán al panteón, el único refugió que les queda para contarle que el culpable ya está sentenciado, para hacerle saber cuanto la extrañan y con esto tratar de seguir en este interminable suplició de sufrimiento.
Juana Brenda Chávez Becerra habría cumplido el pasado 18 de mayo veintinueve años, ya no sucedió, la alegría quedó sepultada ese día bajo las paladas de tierra que hoy abrazan el ataúd de Brenda, sus dos pequeñas hijas aún no entienden por qué su mamá ya no está, sus hermanos siguen esperando que Brenda con aquella carcajada que la caracterizaba les diga que todo fue una mala broma, y que está bien. Su madre Miriam, detalló en esta carta un poco de lo mucho que a diario padece. Para que una vez más abracemos su dolor, nos instalemos en aquella habitación que a diario la ve llorar, para que nos sentemos a su lado y esperemos la noche que la acompaña en interminables horas de desesperación porque Brenda, jamás volverá a abrazarla.
“Mi nombre es Míriam Becerra y soy mamá de Juana Brenda Chávez víctima de feminicidio el 25 de noviembre de 2018. Han pasado ya siete meses desde que asesinaron a mi hija de la manera más cruel, duele tanto su ausencia que para mí no ha pasado el tiempo aún parece que espero su regreso, que entrará por la puerta de la casa con mis dos nietecitas cuando me visitaba. No vivíamos juntas, pero como sea, sí éramos tan unidas, ella siempre sonriendo a pesar de los problemas o malos ratos que pudiera tener, de todo sonreía; mi flaquita así la llamaba.
Esperábamos las vacaciones para estar juntas, tenía tantos planes y sueños, era muy responsable, de carácter fuerte y sincera, fue una mamá siempre al cuidado y la educación de sus hijos los amaba tanto.
Es tan difícil expresar el dolor y el vacío tan grande que causaron a mí, a mi familia que parece no terminará nunca siento esa presión en el pecho al recordarla; cómo puede haber gente capaz de dañar a alguien de esa manera, de quitarle la vida a seres indefensos que no hacen daño a nadie, aunado a esto la impunidad que llena de coraje y dolor.
Ya no la veo, no le escucho, porque un maldito así lo decidió. Extraño sus mensajes, sus llamadas durante el día; su sonrisa quedó en mis recuerdos cuánta falta nos haces flaquita todos los días me levanto por sus hijas que me dan fuerzas para seguir adelante.
Y no te voy a fallar estaré siempre para ellas mientras Dios me lo permita. Como ella lo hubiera hecho, el pasado 18 de mayo cumplirías un año más te cantaba las mañanitas y lo seguiré haciendo porque sé me escuchas en algún lugar.
Pido justicia para mi hija sé que nada me la devolverá pero si hay justicia para mi hija tendré un poco de paz en mi corazón y la tranquilidad de que un asesino no causé más daño a otras hijas, hermanas y madres. Y seremos tu voz hasta que se te haga justicia hija mía.
Te amaré por siempre mi flaquita hermosa”.
La lluvia disminuyó, el invierno de Beethoven, acompaña la noche que, aunque fresca, deja entrever la calidez del clima, la impotencia escolta el momento una vez más, una taza de café ayuda a no cerrar los ojos, las letras ávidas no se detienen. Las preguntas nuevamente llegan como ráfagas. ¿por qué te conocí hasta hoy?, ¿por qué asesinada?, ¿por qué, no viva? que me contarás, como otras mujeres lo han hecho que saliste avante de la violencia.
Me había negado a seguir contando estás historias de dolor, de familias desechas en la insensibilidad, en la frase momentánea de #NIUNAMÁS, para muchas y muchos que es solo eso una frase. Pero que a diario ronda mi mente, mis actos, mi deseo de que, al visualizarlas, entendamos que Brenda, Juana, Patricia, Jaqueline, Verónica, Graciela, Guadalupe, Estrella, Sofía, Elizabeth, Rocío, no son solo nombres escogidos al azar. Son mujeres que nos han arrebatado a todas y todos. Y que seguir en esta labor de ser extensión de las voces de la ausencia, debe continuar como imperativa hasta que logremos entender que como sociedad tenemos mucho que hacer para empujar a las autoridades a que hagan su trabajo.
mayo 2019
Eres madre, padre, hermana, hermano, hija, hijo. De una mujer víctima de feminicidio, desaparición, o intento de feminicidio búscame, ayúdame a visualizarlas y contar su historia. Voces de la Ausencia.
@FridaGuerrera