Violencia de Género hacia las mujeres en el ámbito laboral.
Además del acoso y el hostigamiento sexual y la humillación, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia considera como violencia laboral la negativa ilegal contratar a la víctima o a respetar su permanencia o condiciones de trabajo, la descalificación del trabajo realizado, las amenazas, la intimidación, las humillaciones, la explotación y todo tipo de discriminación por condición de género.
El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) señala que esta clase de conductas se basan en prejuicios sexistas vinculados a la idea de capacidades y obligaciones diferentes entre hombres y mujeres.
Los resultados de la Primera encuesta nacional sobre discriminación en México, realizada en 2005 por el Conapred, son ilustradores respecto de la persistencia de una cultura de segregación de las mujeres en el trabajo: mientras que cuatro de cada 10 personas piensa que las mujeres deben trabajar en tareas “propias de su sexo”, casi una de cada tres considera “normal” que los hombres ganen más que las mujeres por desempeñar el mismo tipo de trabajo; una de cada cuatro personas pediría un examen de embarazo a una mujer al solicitar empleo y casi el mismo número de encuestados piensa que las mujeres sufren de violencia sexual “porque provocan a los hombres”.
El informe ¿Qué Estado para qué igualdad?, presentado en julio pasado por la Cepal, advierte que en cuanto a oportunidades de empleo, equidad salarial y en el tiempo dedicado al trabajo, aún prevalece una “gran brecha” entre mujeres y hombres.
La Cepal explica que los estereotipos y prejuicios, las culturas empresariales hostiles que excluyen tácitamente a las mujeres de las redes de comunicación informales y la falta de oportunidades para ganar experiencia en puestos gerenciales constituyen “barreras de poder invisibles” que impiden a las mujeres ascender en la jerarquía laboral.
Este fenómeno –llamado techo de cristal– tiene su contraparte entre las mujeres que se encuentran en la posición más baja de la jerarquía laboral, a quienes les cuesta salir de empleos mal remunerados y con menores perspectivas de movilidad, situación conocida como piso pegajoso.
Rosario se topó con un techo de cristal en la empresa de telecomunicaciones donde trabajaba. Contratada originalmente como telefonista, logró ascender hasta ocupar un puesto gerencial y quizá habría llegado más lejos si no se hubiera encontrado con un jefe al que ella califica como “misógino”.
Desde el principio, el jefe tuvo un trato diferente con ella que con el resto de sus colegas, cuenta Rosario; incluso le quitó su oficina para dársela a otro empleado contratado después que ella. Más tarde se enteraría de que dicha persona ganaba el doble de sueldo que ella, a pesar de tener el mismo rango.
Dispuesta a no perder su empleo, Rosario soportó el trato discriminatorio de su superior, quien solía hacer comentarios en público que denostaban su condición de mujer.
Con el argumento de que “qué iban a decir en su casa”, le negaron realizar viajes, y, finalmente, el despido porque ella “ofrecía una imagen muy débil para ese puesto”.
Rosario demandó a la empresa por despido basado en discriminación de género. Tras seis años de un lento proceso jurídico –que ella misma reconoce como “parte de la estrategia de la empresa para hacer que te canses y desistas”–, al final llegó a un acuerdo económico con la compañía.
La motivación para que la empresa accediera a negociar fue evitar que su caso se hiciera público y marcara un precedente de este tipo de conductas dentro de la empresa. “Si aceptamos que esto pasó, luego todas van a querer demandarnos por lo mismo”, recuerda Rosario que le dijo uno de los dueños de la empresa.
http://www.contralinea.com.mx/archivo-revista/index.php/2010/09/09/trabajo-femenino-entre-discriminacion-y-violencia/